Retomando el asunto del perro, el santo y el rabo cortado, lo cierto es que, desde el campo de la ciencia hay poco que decir. Por lo averiguado, en la tradición cristiana San Roque aparece en el siglo XIV como un peregrino occitano, protector de la peste y otras infecciones.
Cuenta una leyenda popular que enfermó de peste y que se ocultó a la vista de sus conciudadanos en un bosque cercano a Piacenza (Italia). Un escondite donde cada día recibía la visita de Melampo, un perro que le llevaba un panecillo, con el que saciaba el buen hombre su hambre.
¿Por qué lo hacía el animal? ¿Cómo sabía dónde estaba el apestado? ¿Por qué un pequeño pan, tan solo?
Buenas preguntas por responder, como buena fue la acción perruna que, para más inri, no quedó ahí. Y es que, han de saber, el hombre santo al parecer, sanó de las heridas producidas por la peste gracias a los lamidos del animal.
Una saliva salutífera la suya, sin duda alguna. Pero, ¿fue una curación natural?, ¿un milagro?, ¿acaso una intervención divina?
Un cánido, Melampo, con nombre de adivino griego por cierto, del que lamento no poder decirle, en este momento, su raza.
Y la tradición popular española, ¿qué dice del perro de San Roque?
Pues lo que ya es sabido por todos. En España, si el animal ha destacado siempre por algo es, por no tener cola o rabo, tal y como reza el trabalenguas: “El perro de San Roque no tiene rabo, porque Ramón Ramírez se lo ha cortado”.
Hay quien dice que tras cortárselo, el tal Ramírez arrojó al mar el trozo rabil amputado y que, nada más caer al agua, éste, gracias a los poderes del santo se supone, se transformó en un pez.
Qué me dicen ¿Otro milagro?
Yo, si les soy sincero, cada vez entiendo menos. Ni la utilidad del milagro, ni el porqué del corte rabero, ni el papel de Ramírez en todo este embrollo.
Pero hay otra tradición popular sobre el santo hombre. Ésta hace referencia a un brote de cólera, que sufrieron algunas áreas andaluzas a finales del siglo XIX. Resulta que, mientras ésta duró, los enfermos peregrinaban hasta una ermita de San Roque para rezar.
Hasta allí encaminaban sus doloridos cuerpos y, con plegarias, pedían ser curados. Una cuestión de creencia, algo de lo más humano y compartido. Pero por aquello, quiero pensar, de que al santo rezando y con el mazo dando, también llevaban dinero.
Unas monedas con las que comprar unos ciertos polvos que allí vendían. Una cuestión de ciencia, algo también humano, pero ya no tan compartido.
Unos polvos, los de la ermita dedicada al santo Roque, que al decir de las gentes servían para curar diferentes enfermedades, y que estaban fabricados con una ignota mezcla de hierbas a la que se añadían raspaduras de rabo de perro.
Pero no de un perro cualquier. No. Eran raspaduras del rabo del perro del santo Roque. Y fíjense cómo es la vida de curiosa, esta credulidad, pues como que sí la entiendo. Vamos que me la creo.
Ya ven, de qué poco estamos hechos los hombres. (Continuará)
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