Pues desde el
mismo comienzo de la era espacial, allá por 1957. Todo empezó con el
lanzamiento del primer ingenio espacial artificial, el satélite Sputnik-1.
Cincuenta y
cuatro años ya de aquello, y desde entonces, cada vez con mayor frecuencia, no
se han dejado de lanzar satélites que hoy se cuentan por miles. Un detalle a
tener en cuenta.
No olvidemos que
en la práctica, dependemos de estos aparatos colocados en órbita alrededor de
la Tierra. Una dependencia que se puede ver amenazada.
Todo apunta a
que los siniestros presagios de los “ecologistas
del espacio” que vaticinaron, ya desde el lanzamiento del primer Sputnik,
una polución del espacio, están a punto de cumplirse.
Y aunque hasta
no hace mucho se pensaba que el espacio era tan vasto que el hecho de dejar
restos en él no tenía importancia, se ve que nos equivocamos. Importa y mucho.
El espacio
empieza a estar saturado. La basura espacial empieza a alcanzar límites
críticos que la convierten en algo peligroso. De una parte porque no deja de
crecer con las nuevas misiones espaciales.
Y de la otra
porque las colisiones de dicha chatarra con las naves y satélites artificiales,
no sólo pueden ser altamente perjudiciales para la seguridad de las personas y el
funcionamiento de los equipos, sino porque dichas colisiones producirían más
basura espacial. Una reacción en cadena.
Un mecanismo de
evolución conocido como Síndrome de
Kessler.
Consciente de
este peligro, la Estación Espacial Internacional (ISS) está blindada para atenuar los daños debido a este
peligro.
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