(Continuación) Por eso, porque pruebas son amores y no buenas razones, les aporto tres evidencias que avalan mi argumentación anterior, de que el huevo fue antes que la gallina.
Una biológica, de orden macroscópico. Mientras que las gallinas y demás aves de corral llevan tan sólo unos millones de año sobre la Tierra, la aparición del huevo sobre la biosfera terrestre, se remonta a muchos cientos de millones.
Demasiados millones de siglos de diferencia. Un imperativo biológico ineludible.
Otra genética, de orden microscópico. Si una gallina es un ave de corral que contiene el código genético de una gallina. Y un huevo es el envoltorio en el que se encuentra el material reproductivo de dicho animal con su ADN. Es, también, evidente que el huevo fue primero.
Estotra empírica, de orden experimental. Está comprobado que el material genético de un individuo no cambia a lo largo de su vida. De modo que todas las mutaciones, que conducen a las distintas especies en la escala evolutiva, se producen por azar y siempre en el material reproductivo.Nunca después y en el ser ya formado.
Luego un antecesor de nuestra actual gallina común, y que aún no lo era -pues no contenía el ADN de gallina-, produjo un huevo mutado que ¡ya sí! contenía el código genético gallináceo. Por lo que sí era un huevo de gallina, en el sentido de que de él nacería la actual. Por tanto, la primera gallina que vino al mundo, la llamaremos “protogallina”, tuvo que comenzar sus días como embrión en un huevo.
Por supuesto que usted puede ignorar lo que le estoy explicando. No creer lo que le digo. Y opinar que la Teoría de la Evolución en la que está basado, no es correcta. Está en su derecho. Pero todos los conocimientos de los que disponemos dicen que se trataría sólo de eso, de la opinión de un crédulo ignaro.
La ciencia, la de los conocimientos ciertos, aquellos que hacen progresar al hombre, demuestra otra cosa. Justo todo lo contrario. De modo que usted mismo. Por la gráfica puede ver que la cosa está repartida.
Por cierto, ¿quién fue esa protogallina, antecesora de la nuestra gallina, conocida como “Gallus gallus”?
Ahí lo ve usted, las cosas ya no están tan claras. Lo más probable es que en su desarrollo evolutivo estén implicados al menos tres exótico, lo diremos así, “tatarabuelas”: la gallina rojiza bankiva, la gallina gris silvestre y el Tyrannosaurus Rex. Sí. No he deslizado ningún error. También el Tyrannosaurus Rex está.
La sorprendente intervención de este cinematográfico dinosaurio en el linaje gallináceo, no ofrece la menor duda, por muy chocante que nos parezca. De un lado, los estudios comparativos entre esqueletos de aves actuales y de dinosaurios, realizados hace años, ya nos habían puesto sobre la pista de tal parentesco.
Y este año se ha comprobado de forma fehaciente. Con el análisis de restos de colágeno, procedentes de un T-Rex depositado en la U. de Harvard (EEUU), se verificó que esa especie poseía proteínas más parecidas a las de las aves, que a las de cualquier otro vertebrado de nuestros días.
¿Habrá que abrir otro debate? Lo digo porque los números cantan. Los humanos compartimos un 60% de los genes con el pollo y un 88% con los roedores. No sigo dándoles datos por no asustarle.
Pero ha de quedarles claro que la Teoría de la Evolución es capaz de explicar, cómo un día a un pez le dio por andar, y unos cuantos millones de años después uno de sus descendientes escribe esto para ustedes. Que también son descendientes del mismo pez. Es lo que tiene la Ciencia, que posee todas las respuestas. Somos nosotros los que no tenemos toda la ciencia.
Una biológica, de orden macroscópico. Mientras que las gallinas y demás aves de corral llevan tan sólo unos millones de año sobre la Tierra, la aparición del huevo sobre la biosfera terrestre, se remonta a muchos cientos de millones.
Demasiados millones de siglos de diferencia. Un imperativo biológico ineludible.
Otra genética, de orden microscópico. Si una gallina es un ave de corral que contiene el código genético de una gallina. Y un huevo es el envoltorio en el que se encuentra el material reproductivo de dicho animal con su ADN. Es, también, evidente que el huevo fue primero.
Estotra empírica, de orden experimental. Está comprobado que el material genético de un individuo no cambia a lo largo de su vida. De modo que todas las mutaciones, que conducen a las distintas especies en la escala evolutiva, se producen por azar y siempre en el material reproductivo.
Luego un antecesor de nuestra actual gallina común, y que aún no lo era -pues no contenía el ADN de gallina-, produjo un huevo mutado que ¡ya sí! contenía el código genético gallináceo. Por lo que sí era un huevo de gallina, en el sentido de que de él nacería la actual. Por tanto, la primera gallina que vino al mundo, la llamaremos “protogallina”, tuvo que comenzar sus días como embrión en un huevo.
Por supuesto que usted puede ignorar lo que le estoy explicando. No creer lo que le digo. Y opinar que la Teoría de la Evolución en la que está basado, no es correcta. Está en su derecho. Pero todos los conocimientos de los que disponemos dicen que se trataría sólo de eso, de la opinión de un crédulo ignaro.
La ciencia, la de los conocimientos ciertos, aquellos que hacen progresar al hombre, demuestra otra cosa. Justo todo lo contrario. De modo que usted mismo. Por la gráfica puede ver que la cosa está repartida.
Por cierto, ¿quién fue esa protogallina, antecesora de la nuestra gallina, conocida como “Gallus gallus”?
Ahí lo ve usted, las cosas ya no están tan claras. Lo más probable es que en su desarrollo evolutivo estén implicados al menos tres exótico, lo diremos así, “tatarabuelas”: la gallina rojiza bankiva, la gallina gris silvestre y el Tyrannosaurus Rex. Sí. No he deslizado ningún error. También el Tyrannosaurus Rex está.
La sorprendente intervención de este cinematográfico dinosaurio en el linaje gallináceo, no ofrece la menor duda, por muy chocante que nos parezca. De un lado, los estudios comparativos entre esqueletos de aves actuales y de dinosaurios, realizados hace años, ya nos habían puesto sobre la pista de tal parentesco.
Y este año se ha comprobado de forma fehaciente. Con el análisis de restos de colágeno, procedentes de un T-Rex depositado en la U. de Harvard (EEUU), se verificó que esa especie poseía proteínas más parecidas a las de las aves, que a las de cualquier otro vertebrado de nuestros días.
¿Habrá que abrir otro debate? Lo digo porque los números cantan. Los humanos compartimos un 60% de los genes con el pollo y un 88% con los roedores. No sigo dándoles datos por no asustarle.
Pero ha de quedarles claro que la Teoría de la Evolución es capaz de explicar, cómo un día a un pez le dio por andar, y unos cuantos millones de años después uno de sus descendientes escribe esto para ustedes. Que también son descendientes del mismo pez. Es lo que tiene la Ciencia, que posee todas las respuestas. Somos nosotros los que no tenemos toda la ciencia.
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