De un lado las direcciones donde ha vivido o ha sido visto en los últimos años el “sospechoso”, y de otro los lugares donde han aparecido sus obras.
Y como nos dice el inefable Paquirrín, ¡equilicuá!
Todo esto está escrito en un estudio que consta de seis (6) páginas, donde proliferan modelos matemáticos y gráficos, y con una sorprendente conclusión por demás interesante.
Hay una gran probabilidad de que tras el ‘fenómeno Banksy’ se oculte el tal Robin Gunningham, nacido en Bristol y con residencia ocasional en Londres, aunque hoy está en paradero desconocido.
¿Qué me dicen?
Un elusivo artista tras el que al parecer también estuvo detrás la mismísima Scotland Yard, ya saben la Policía Metropolitana de Londres.
De hecho se dice que incluso llegó a tener hombres infiltrados en el mundo del grafiti para intentar dar con su identidad. No les digo más.
Journal of Spatial Science
De esto que les cuento pueden encontrar cumplida información en la revista Journal of Spatial Science, donde nuestros científicos de marra consiguieron publicar el resultado de su investigación. Que por cierto coincide con el que hace ya ocho años, publicó el prestigioso diario The Sun on Sunday, basándose en entrevistas realizadas a amigos y colaboradores de Robin Gunningham.
Ya ven por donde voy. No les canso más, pero vuelvo a mi inquietud inicial.
Nada en el trabajo publicado, me da la menor pista sobre la utilidad del dato identificativo resultante de la investigación, suponiendo por otro lado que fuera cierto. Y claro esto me desazona.
Quizás, llámenme malpensado, porque a lo mejor es que, pienso yo, carece de ella ¿A quién le importa tanto como para que se haya realizado una investigación universitaria?
O lo que es peor aún ¿Es que acaso hacía falta realizar una investigación para constatar su ausencia de interés? Ya, pero...
... Pero siempre termina habiendo una manzana podrida en el cesto
Es un proceso bioquímico que es sólo cuestión de tiempo. Y bastante ha transcurrido desde la aparición de sus primeros grafitis en las calles de Bristol en 1992, y en el que el enigmático Banksy se ha cuidado mucho de permanecer en el anonimato y la clandestinidad.
Una especie podría decirse de fantasma, que lleva veinticuatro (24) años mostrándose a través de sus grafitis, pero sin que nadie lo haya podido ver. Es lo que dicen. Nadie lo ha visto nunca en acción ni, por supuesto, ha logrado fotografiarlo.
Aunque a este respecto y como las meigas, las fotografías existir dicen que no existen pero haberlas haylas. Algo hay publicado en prensa.
¿Qué está pasando? ¿Por qué ahora esta movida? ¿Habrá que trasladarse a la nave del misterio del cuarto milenio para averiguarlo?
¿Necesitamos de una “ikerizada” investigación, provistos de chaleco de Coronel Tapioca?
No lo sé. Pero desde mi ignorancia pongo sobre este tablero enrocado dos posibilidades.
Una. Al artista callejero le va la marcha y juega a un juego, el del escondite, que le gusta.
Leo que el genio del spray tiene una oficina que le lleva sus asuntos. Lo mismo se comunica con la prensa a través de una dirección de correo electrónico, que su equipo de abogados de intervención rápida, se pone en contacto con ustedes.
Dos. O bien, poderoso caballero es don dinero, el artista intenta rentabilizar al máximo la situación. Ya tenía el reflejo del plateado espejo la fama y ahora quiere el brillo directo y dorado de las monedas.
Cada día trae su afán y cada hombre pone su empeño.
Claro que pensándolo mejor, hay una tercera posibilidad...
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