martes, 3 de mayo de 2016

Baquelita es un epónimo científico (1)

Epónimo porque deriva del apellido del químico que la sintetizó por primera vez en 1907, el estadounidense de origen belga Leo Hendrik Baekeland (1863-1944).

Así que en puridad su nombre correcto debería ser baekelita, pero me imagino que estamos ante la doble consecuencia de, por un lado, la inexorable y universal ley de la economía aplicada al lenguaje y, por otro, de la castellanización del término.

Y como pueden ver se trata de un epónimo científico como el de goethita que les traje a esta tribuna hace unos meses, uniendo mineral y hombre.

Es probable que recuerden de los tiempos escolares que ese mecanismo de formación de palabras que es la eponimia, suele emplearse con cierta frecuencia para crear neologismos de todo tipo.

Seguro que saben que hay productos a los que se les denomina con el nombre de la marca y no con el suyo como tal (Chupa-chups, La Casera, Kleenex, etcétera).

O que a las curiosas gafas que llevaban puestas hace unos días Daoiz y Velarde, los leones de bronce del Congreso de los Diputados, con motivo de los actos por el cuatrocientos (400) aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, se las conoce como quevedos.

Quevedos ópticos
Sí, es lo que está pensando. Su epónimo es Francisco de Quevedo, el literato del Siglo de Oro que padecía miopía es decir, que tenía dificultades para enfocar bien los objetos lejanos.

Se trata de un déficit de agudeza visual que en aquellos tiempos se corregía con anteojos y él fue uno de los primeros en usarlos en el Madrid de su época.

Desde el campo de la medicina, la miopía es un defecto de refracción o ametropía, que en la actualidad se puede corregir también con lentes de contacto o incluso, en algunos casos, con cirugía.

Desde el campo de la física, los quevedos son unas lentes ópticas del tipo divergente que, a diferencia de las convergentes, la imagen que generan es siempre virtual, derecha y de menor tamaño que el objeto.

Unos anteojos, los quevedos, que estaban formados por dos lentes circulares unidas por una montura simple de hierro y sin patillas y que a veces se sujetaban por un lateral a un cordón para evitar que su dueño las perdiera.

Todo un objeto de lujo en aquella época, poco frecuente y propio sólo de las clases adineradas, que se apropiaron de su uso simplemente porque daban un aire culto a la persona que los llevaba.

De hecho muchos los usaban sin necesidad al no tener problemas de visión.

Ya ven que poco han cambiado las cosas. Hoy como ayer. Y ya de la que va, con su permiso abro un paréntesis de opinión quevedesco-cervantina.

Quevedos cervantinos
Les supongo al tanto del chusco sucedido.

Hace unos días, los imponentes felinos de la Carrera de San Jerónimo lucieron unos quevedos acordes a sus dimensiones, en honor del padre de la novela.

Una escenificación que no ha pasado desapercibida para casi nadie, y que a casi todos ha sorprendido en mayor o menor grado por razones obvias.

Sabido es de todos que no se conserva ningún retrato fiel de Miguel de Cervantes, el creador de Alonso Quijano y Sancho Panza, y que solo tenemos recreaciones e idealizaciones de su efigie.

Pero es igual de evidente que en ninguno de ellos aparece con gafas.

No trato de decir que el padre de la novela no necesitara de ellas, que seguro que sí. Y que no se gastara unas antiparras como las que han disfrazado a los broncíneos leones, en un supuesto intento de ‘cervantizar’ la cosa, que seguro que también.

Pero no. Es que no es eso. La idea, a todas luces, es un contra dios. O sea.

Tengo para mí que muchos ojos de los que han mirado a los leones con sus chocantes gafas, no han visto a Cervantes sino al otro gran escritor e ilustre vecino también del Barrio de las Letras, o sea a Quevedo. (Continuará)






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