De su existencia no parece haber la menor sombra de duda. Como fruto el higo fue muy apreciado en todas las culturas antiguas y, en casi todas, guardó una muy estrecha relación con el sexo.
En Egipto representa al falo; en Grecia, por su forma, simbolizó el útero de la diosa madre y, en el Talmud judío, el higo es la fruta prohibida. Por su parte, los bereberes los consideran un símbolo de fecundidad y resurrección.
A la vista está que el higo es una fruta muy sexual. A pocos puede escapar que la imagen de un higo maduro y abierto, evoca los mismos genitales femeninos.
De ahí que, durante siglos, haya mantenida esa carga simbólica, erótica y ambivalente.
Les digo lo de ambivalente porque, no en todas las culturas la analogía ha sido la misma. Mientras que para la judeocristiana la tenía con el órgano sexual femenino, para los árabes la mantenía con el masculino. Una cuestión de apreciación cultural.
Sin contar con el hecho de que, al cortar los higos de las ramas del árbol, estos desprenden un líquido blanquecino. Una especie de savia cuyo aspecto resiste poco la asociación con el semen.
La más que probable razón de que en la antigüedad, fuera utilizada como ungüento contra esterilidad y para favorecer la lactancia. Cosas de las creencias antiguas. Y no tan antiguas.
¿Pero en realidad es tan obsceno un higo?
No sabría qué contestarles. La tradición popular ya ven que sí la ha considerado una fruta con una gran carga erótica. Además están las referencias bíblicas, de las que podemos deducir que no sólo la manzana pudo ser la tentación en el Paraíso. Y están las pinturas. Me viene a la mente, cómo en el siglo XVI el pintor alemán Lucas Cranach el Viejo (1472-1553) lo plasmó en un lienzo de 1526 de título ‘Adán y Eva’. Es aquél en el que podemos ver a nuestros primeros padres cubriendo sus vergüenzas con una hoja de higuera.
Y existen otros cuadros, incluso, más suculentos, sugerentes y evocadores. Sobre todo uno que combina Arte, higo, sexo y tentación. Ya les cuento.
Sí, puede que lo sea. Que sea obsceno el higo. Pero ya saben que la obscenidad, como tantas otras cosas, está no sólo en la boca del que habla o en la mano del que pinta, también se encuentra en el oído del que escucha y en el ojo del que ve.
Y recuerden que los ojos que miran nunca callan. Por eso me gusta mirárselos a las personas mientras le hablo. Siempre me hablan.
Bueno si les parece lo dejo aquí. Al fin y al cabo todo empezó porque queríamos aclarar el por qué decimos de higos a brevas. Pero es lo que tiene la ciencia. Que una respuesta, lejos de dejarnos satisfechos, lo que hace es plantear nuevas preguntas.
Pero es evidente que un higo, según como se le mire, puede ser más que un higo. Sí, no se me olvida. Les tengo que hablar del cuadro de higos, sexo y tentación. Supuestamente, claro.
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