Como “hija de la Iglesia” fue registrada en su bautismo la neonata Juana, un día de finales de 1651. Una niña ilegítima pues sus padres, Pedro Manuel de Asbaje e Isabel Ramírez de Santillana, nunca se llegaron a casar.
Nacida en México, Juana, la menor de tres hermanas, se crio con su abuelo materno y pronto dio muestras de poseer una inteligencia sobresaliente y una voluntad inflexible. Para muestra un par de botones.
Uno. Acompañaba a su hermana mayor a clase y, con tres años, aprendió a leer sola. Otro. A los nueve (9) años y con tan sólo veinte (20) lecciones que le dio un bachiller, aprendió latín con lo que se puso a leer libros de filosofía y ciencia.
Una capacidad intelectual insólita, incluso para un hombre.
Ella misma cuenta que se fijaba un tiempo límite para aprender algo, superado el cual se recortaba la melena. Como lo leen. A su entender “no le parecía bien que estuviese vestida de cabellos, cabeza tan desnuda de conocimiento”.
Como era de esperar, con semejante planteamiento vital, antes que después, alcanzó una enorme cultura, por la que empezó a tener fama en todo el país. Fue entonces cuando desapareció para el mundo Juana de Asbaje y Ramírez y se mostró Sor Juana Inés de la Cruz.
Sor Juana Inés de la Cruz
Con tan sólo dieciséis (16) años, una niña, tomó una decisión que muestra bien a las claras, su independencia de criterio y motivación hacia el conocimiento. A tan temprana edad, Juana, decide ingresar en el convento de San José de las Carmelitas Descalzas, aunque la severa disciplina de la orden le hace enfermar y abandonarlo, apenas, tres meses después.
Una contrariedad que supera tras reponerse, regresando a la vida religiosa.
Sólo que esta vez lo hace en el convento de San Jerónimo, donde tomó los votos definitivos y permaneció hasta su muerte en 1695, como Sor Juana Inés de la Cruz.
Una pista sobre los motivos de tan temprana y drástica decisión nos la da ella misma, al hablar de su “total negación al matrimonio” y la “libertad para dedicarse a sus estudios”. Amor y razón. Corazón y cerebro.
No debemos olvidar que, de un lado, su condición de hija natural nunca le hubiera permitido un matrimonio sin rémoras. Y según dicen, además, tuvo un desengaño amoroso ¡Ah, el amor!
Del otro lado, hay que considerar la época y sus circunstancias.
La vida religiosa era la única opción que una persona sin posibilidades económicas, y más si era mujer, tenía para dedicarse al estudio. De ahí sus palabras: “Siempre me causa más contento poner riquezas en mi pensamiento, que no mi pensamiento en las riquezas”.
Toda una perla, la primera que les muestro, del collar intelectual de sus pensamientos.
De sor Juana Inés de la Cruz, desde ya les aviso, me propongo ofrecerles algunas más. Y sin ir más lejos, la que subtitula el siguiente apartado.
“Pues lo que Dios no violenta, ¿por qué yo he de violentarlo?”
Con esta cita muestra su espíritu crítico y libertad de pensamiento quien, al principio y dentro del convento, fue hermana devota, trabajadora rigurosa y monja obediente. Y aunque ocupó los cargos de tesorera y bibliotecaria, sin embargo llegó a rechazar por dos veces el de Priora. Se ve que lo tenía claro. Decía sentirse más atraída por el estudio de las ciencias y las letras, “su mayor delicia”. De hecho le interesaba casi todo: teología, filosofía, astronomía, música, pintura, etcétera. Como ven de lo divino a lo humano. De lo sagrado a lo profano.
Precisamente, este interés por lo profano -llegó a tener una biblioteca con cuatro mil (4000) libros, diferentes instrumentos musicales y diversos útiles científicos-, le costaba continuas reprimendas de su confesor.
Por lo visto, ese hombre (de Dios) consideraba que no era ésa, una actividad adecuada para una monja. Cuestionable quizás, pero lo cierto es que tampoco iba muy descaminado.
En honor a la verdad habría que decir que la celda de la sor era, en realidad, un enorme apartamento con varias y espaciosas habitaciones. (Continuará)
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