Se organizaron dos expediciones.
Una, dirigida por el astrofísico británico A. Eddington (1882-1944), a la isla portuguesa de Príncipe en el océano Atlántico y, otra, dirigida por el astrónomo británico A. Crommelin (1865-1939), a Sobral (Brasil).
Se hicieron fotografías de sus cielos, con un fondo rico en estrellas, en ausencia de Sol, antes del eclipse. Y, después, el día del eclipse, ahora con el Sol presente, pero eclipsado.
Boda y Sionismo
Pocos días después, el dos de junio, Elsa y Albert, se casaron en una boda tan discreta como lo fue la de Mileva. No fue ésta la única similitud que tuvieron ambos matrimonios.
Durante ese verano de 1919, Einstein, fue visitado por el dirigente sionista K. Blumenfeld. Su natural apoyo a las ideas de izquierda le hacen unirse, emocionalmente, a la causa sionista, que así contó, paradójicamente, con un prominente científico judío entre sus filas. (El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad)
Por cierto, las hijas de Elsa, Ilse y Margot, tomaron el apellido Einstein y se fueron a vivir con ellos. Sorprende este hecho, así como la rápida boda, en alguien que tuvo el cinismo de expresar en público: “... sin duda, el matrimonio tuvo que ser inventado por un cerdo sin imaginación”.
¿Genial y misógino?
Amor filial
A comienzos de setiembre de 1919, Einstein ya sabía que los resultados de las observaciones del eclipse de mayo, en Príncipe y Sobral , eran favorables a su teoría. El 22 de setiembre recibía un telegrama del físico holandés H. Lorentz (1853-1928) confirmándolo: “Eddington encontró el desplazamiento de la estrella al borde del Sol. Medidas preliminares entre 9/10 de segundo y el doble de ese valor”.
Einstein le respondió con otro: “Muchísimas gracias a tí y a Eddington. Saludos”. Su predicción era cierta. La curvatura de la luz estaba entre el valor newtoniano (0,86”) y el einsteniano (1,71”).
Unos días después, el 27, mandaba una tarjeta postal a su madre Pauline, enferma en Suiza de un cáncer abdominal, en la que decía: “Querida madre: Hoy tengo buenas noticias. H. A. Lorentz me ha comunicado que las expediciones inglesas han confirmado la desviación de la luz en las proximidades del Sol...”.
Son las palabras de un hijo que muestra sus logros a su madre. Orgullo filial.
Del Principia a Príncipe
Sin embargo la noticia no era todavía oficial. No lo fue hasta la reunión conjunta de la Royal Society y la Royal Astronomical Society, del 6 de noviembre. En un ambiente tenso y cargado de emotividad, el mundo científico supo que, por primera vez, se corregía a Isaac Newton (1642-1727).
La lección gravitatoria escrita en su Principia, era modificada por los datos obtenidos en Príncipe.
El descubridor del electrón, Premio Nobel en 1906 y presidente de la Royal Society, el científico británico J. J. Thomson (1856-1940), aclamó la obra de Einstein como “uno de los mayores logros de la historia del pensamiento humano, por no decir el mayor de todos ellos... no el descubrimiento de una isla, sino un continente entero de nuevas ideas científicas”.
Todos fueron conscientes de que una época de la ciencia se había terminado. Una nueva revolución científica estaba en marcha.
Además la guerra había terminado. Las gentes sólo deseaban buenas noticias y los periódicos se pusieron a ello. Einstein y su relatividad vinieron que ni al pelo.
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