Una creencia que no tardaría en abandonar y una táctica de la que más tarde se arrepentiría toda su vida.
Además las críticas no se hicieron esperar y llegaron desde sectores muy eminentes. Desde el matemático, físico y astrónomo holandés W. de Sitter (1872-1934), hasta el matemático y meteorólogo ruso A. Friedmann (1888-1925) entre otros.
El problema, natural, era el truco matemático de la constante. Un as sacado de la manga. Algo inadmisible en ciencias.
Y para colmo, Friedmann, encontró un error en el cálculo, de modo que lo reformuló y concluyó que el universo era oscilante, con fases de expansión y contracción. Así que teoría frente a teoría. Un callejón sin salida aparente.
Habría que esperar a tener pruebas experimentales.
Años más tarde, después de que el astrónomo estadounidense E. Hubble (1889-1956) estableciera la expansión del universo, Einstein le confesó al físico teórico estadounidense de origen ruso G. Gamow (1904-1968), que la constante cosmológica había sido “el error más grande de mi vida”.
La grandeza de los grandes.
Mujer contra mujer
Con sus cariñosas atenciones durante la enfermedad, Elsa, llegó a tener una influencia casi total sobre Albert. Casi como la de una madre sobre el hijo que la necesita. Pero, claro, casi. Porque no era la materno-filial, precisamente, la relación que ella pretendía tener con su primo. Elsa lo amaba como una mujer ama a un hombre, y se quería convertir en su esposa. Comprensible.
De manera que, a principios de 1918, retomó el acoso y derribo que ya iniciara en 1916, cuando indujo a Albert para que escribiera a Mileva: “Por la presente solicito que cambies nuestra bien probada separación por un divorcio”.
La cara más peliaguda del divorcio estuvo, natural, en el acuerdo económico. Por supuesto que los niños quedaron al cuidado de Mileva, y Albert tendría la obligación de mantener a los tres. Como sabemos, en este aspecto, el físico jugó la carta de la dotación económica del Premio Nobel.
Una garantía de futuro y estabilidad para Mileva y los niños, sobre todo, para el pobre Tede.
En febrero de ese mismo año, Einstein, publicó su segunda comunicación: “Sobre las ondas gravitacionales”. Y, aunque siguió obteniendo nuevos resultados científicos, nada de lo que hizo después de 1918 se acercó, mínimamente, a sus extraordinarios logros, entre 1905 y 1918.
Se trata de una regla no escrita, que nos enseña la historia de la ciencia, sobre la productividad científica. Y que, curiosamente, dejó de cumplirse a partir de Einstein. Nos viene a decir que los primeros años (no más allá de los cuarenta) de un científico, son los de los mayores logros intelectuales.
A principios de julio, Albert, recibía y firmaba los papeles del divorcio. La suerte estaba echada. Y en noviembre, ya en el terreno profesional, Einstein rehusaba un ofrecimiento de trabajo conjunto de la Universidad y el ETH de Zurich.
Eclipse y Relatividad
Durante los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, muchas cosas cambiaron en la vida de Einstein. Tanto, que llegó a convertirse en todo un referente mundial. En lo profesional, los científicos hicieron de él un líder al que seguir.
En lo social, el mundo entero lo convirtió en un símbolo al que creer. Lo que nunca había ocurrido con un hombre de ciencia. Einstein es el primer y único científico que llegó a ser popular, en toda la historia de la humanidad.
Y en lo personal, el 14 de febrero de 1919 obtenía el divorcio de Mileva. Como vemos, muchos e importantes cambios. Pero vayamos por parte, que principio quieren las cosas.
El primero de ellos ocurrió el 29 de mayo de 1919.
Se sabía que, ese día, tendría lugar un eclipse completo de Sol, una circunstancia que permitiría probar la primera de las dos predicciones verificables del artículo de 1911, sobre la gravedad, enunciadas en su Teoría General de la Relatividad: “La desviación de la luz al pasar cerca de un campo gravitatorio, y su corrimiento al rojo, al hacerlo de un campo fuerte a uno débil”.
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