Entre aquellas lecturas de divulgación científica se encontraban las guías de Aaron Bernstein que, todo hace pensar, resultaron ser una auténtica revelación para su futuro científico.
Sorprende que en dichas guías ya se hable de la naturaleza corpuscular de la luz, que Einstein resucitaría quince años después. De la posibilidad de la desviación de la luz por un campo gravitatorio, base de la teoría general de la relatividad. De la unificación del universo, debido a unas fuerzas invisibles (T.G.U.).
O de su descripción fenomenológica en términos de comportamiento atómico, uno de los artículos del ‘annus mirabilis’. Increíble pero cierto.
Fue una dura prueba para todos y, en especial, para el joven que no la pudo superar.
Con quince años, marginado escolarmente y solo familiarmente, decidió abandonar el instituto sin haber obtenido el diploma. Lo único que quería era estar con su familia en Italia. Comprensible. Y fueron varios los motivos de tan drástica determinación.
Su rechazo al germánico “paso de oca” militar, la soledad de Munich, las cartas de su familia hablándole de una Italia de color de rosas y, su dificultad con determinadas asignaturas repetitivas y memorísticas. (Preferí soportar todos los castigos antes que aprender de forma mecánica y de memoria).
Y si bien la determinación de marchar fue algo desesperada, no ocurrió así con el abandono del instituto, que lo realizó de manera muy pensada. Verán.
En primer lugar consiguió que su comprensivo médico de familia firmase un certificado en el que le diagnosticaba padecer problemas nerviosos. Motivo por el que, preocupado por su salud, aconsejaba su marcha a Italia. A recuperarse con la familia.
Pero no fue ésta la única precaución que tomó.
Consiguió que su profesor de matemáticas escribiera una carta en la que se acreditaba, que la capacidad y conocimientos matemáticos del alumno Einstein, eran ya las de un universitario. Vaya, vaya.
Y con semejante bagaje se marchó a Milán. Aunque no se quedó con la familia. No. El adolescente Einstein ya apuntaba maneras.
Se dedicó a vagabundear por toda Italia, viviendo a su aire, leyendo lo que le apetecía, escuchando música, etcétera. En fin.
Probablemente fue el período más feliz de su vida que, por desgracia, acabó pronto. El negocio familiar no marchaba bien y Albert debía pensar seriamente en su futuro. (Nunca pienso en el futuro, llega suficientemente temprano).
La razón, las bajas notas obtenidas en asignaturas memorísticas como lengua y botánica (una constante estudiantil). No obstante, las buenas calificaciones en matemáticas y física hicieron que el famoso profesor H. Weber, le autorizara para asistir a sus clases de física.
Sin embargo, el director del Politécnico, A. Herzog, le animó a que consiguiera primero el diploma de secundaria en la Escuela de Aarau, de la cercana ciudad de Aarau. Un buen consejo sin duda.
En dicha escuela se respiraba un aire de libertad académica y docente, que agradó al joven Albert. Se alojó en la casa de uno de los profesores, Jost Winteler, una práctica común en aquellos tiempos.
Una experiencia, la de la convivencia familiar, que ejerció una gran influencia sobre él.
Y no fue sólo la presencia de Winteler como profesor y responsable del joven, Einstein siempre lo recordó con cariño como “papá Winteler”, quien influyó sobre él.
Hubo otro miembro familiar que le impresionó.
Una de las hijas de los Winteler, la bella Marie, dos años mayor que él (otra constante en su vida), le cautivó. Se enamoraron perdidamente, como sólo los adolescentes pueden hacerlo.
Además Marie tocaba el piano (estotra constante), como mamá Pauline.
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Rupturas
En 1894, por motivos económicos, la familia Einstein tuvo que trasladarse a Milán, aunque se decidió que Albert permaneciera en el internado del instituto de Munich, hasta que acabara sus estudios de secundaria. Fue una dura prueba para todos y, en especial, para el joven que no la pudo superar.
Con quince años, marginado escolarmente y solo familiarmente, decidió abandonar el instituto sin haber obtenido el diploma. Lo único que quería era estar con su familia en Italia. Comprensible. Y fueron varios los motivos de tan drástica determinación.
Su rechazo al germánico “paso de oca” militar, la soledad de Munich, las cartas de su familia hablándole de una Italia de color de rosas y, su dificultad con determinadas asignaturas repetitivas y memorísticas. (Preferí soportar todos los castigos antes que aprender de forma mecánica y de memoria).
Y si bien la determinación de marchar fue algo desesperada, no ocurrió así con el abandono del instituto, que lo realizó de manera muy pensada. Verán.
En primer lugar consiguió que su comprensivo médico de familia firmase un certificado en el que le diagnosticaba padecer problemas nerviosos. Motivo por el que, preocupado por su salud, aconsejaba su marcha a Italia. A recuperarse con la familia.
Pero no fue ésta la única precaución que tomó.
Consiguió que su profesor de matemáticas escribiera una carta en la que se acreditaba, que la capacidad y conocimientos matemáticos del alumno Einstein, eran ya las de un universitario. Vaya, vaya.
Y con semejante bagaje se marchó a Milán. Aunque no se quedó con la familia. No. El adolescente Einstein ya apuntaba maneras.
Se dedicó a vagabundear por toda Italia, viviendo a su aire, leyendo lo que le apetecía, escuchando música, etcétera. En fin.
Probablemente fue el período más feliz de su vida que, por desgracia, acabó pronto. El negocio familiar no marchaba bien y Albert debía pensar seriamente en su futuro. (Nunca pienso en el futuro, llega suficientemente temprano).
Aarau y el primer amor
Decidió presentarse en el prestigioso Instituto Federal de Tecnología de Zurich -aunque sólo tenía dieciséis años y la edad de ingreso era de dieciocho-, para hacer el examen al Departamento de Ingeniería. No aprobó. La razón, las bajas notas obtenidas en asignaturas memorísticas como lengua y botánica (una constante estudiantil). No obstante, las buenas calificaciones en matemáticas y física hicieron que el famoso profesor H. Weber, le autorizara para asistir a sus clases de física.
Sin embargo, el director del Politécnico, A. Herzog, le animó a que consiguiera primero el diploma de secundaria en la Escuela de Aarau, de la cercana ciudad de Aarau. Un buen consejo sin duda.
En dicha escuela se respiraba un aire de libertad académica y docente, que agradó al joven Albert. Se alojó en la casa de uno de los profesores, Jost Winteler, una práctica común en aquellos tiempos.
Una experiencia, la de la convivencia familiar, que ejerció una gran influencia sobre él.
Y no fue sólo la presencia de Winteler como profesor y responsable del joven, Einstein siempre lo recordó con cariño como “papá Winteler”, quien influyó sobre él.
Hubo otro miembro familiar que le impresionó.
Una de las hijas de los Winteler, la bella Marie, dos años mayor que él (otra constante en su vida), le cautivó. Se enamoraron perdidamente, como sólo los adolescentes pueden hacerlo.
Además Marie tocaba el piano (estotra constante), como mamá Pauline.
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