No cae muy lejos en el tiempo esa sensación, humana y modesta, que teníamos de la
insignificancia del planeta Tierra
en el Universo.
La comparábamos
con una gota de agua en el océano.
La Tierra como
sinónimo de algo insignificante, innocuo e inofensivo flotando en el vacío espacial. Pero eso era ayer, hoy
sabemos que ese vacío empieza a estar lleno, bastante lleno de basura.
Y frente a la
amenaza que supone, el hombre ha tomado diferentes medidas. Algunas de ellas van
encaminadas a aumentar los sistemas de protección.
Bien
incrementando el blindaje de los componentes más sensibles de los vehículos
espaciales, o fabricando escafandras más resistentes para los astronautas.
O bien
reduciendo el número de objetos que puedan convertirse en chatarra espacial.
Por ejemplo construyendo motores que no exploten o utilizando revestimientos
exteriores refractarios a la corrosión.
Pero para evitar
la basura que ya existe, la solución viene de otra dirección. Porque para
poderla eliminar primero hay que saber dónde está y cómo se mueve.
En este sentido
se utilizan telescopios de campo ancho
que posicionan la basura con respecto a las estrellas. El telescopio Fabra-ROA en el Montsec (Barcelona), ya
colabora en esta tarea por detectar y monitorizar estos peligrosos escombros
espaciales.
Bien pero una
vez localizada, el problema es cómo quitarla de ahí. Y en este punto se abren
varias posibles vías de solución.
Una de las
opciones para limpiar el espacio de chatarra, consiste en provocar su entrada
en la atmósfera para que se desintegre.
Ya hemos
comentado que el peligro terrestre que supone la caída de la basura, en caso de
que la desintegración no sea total, es incomparablemente menor que el de
colisión orbital. (Continuará)
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