martes, 20 de septiembre de 2011

"Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo" (y II)

(Continuación) Una frase que, en su contexto completo, nos da una buena medida de la humildad del científico que la enuncia, pero que desde el punto de vista científico nos puede parecer un detalle prescindible.

Lo que es un grave error de apreciación. Créanme, lo es.

Si lo piensa, más bien verá que es del todo imprescindible. Sencillamente porque nos muestra la imposibilidad física y técnica de tal máquina simple.

Una cosa es que una idea sea correcta en teoría, y otra que se pueda llevar a la práctica.

Lo que por otro lado, no resta ni un ápice de utilidad social a la ciencia que estaba naciendo, la Mecánica. Por el contrario se trata de una prueba, una más, de que la ciencia teórica puede resolver aplicaciones prácticas de la vida diaria.

De que la ciencia puede ser una de las llaves del conocimiento de la naturaleza.

Otras dificultades palanqueras
Salvando una obviedad no menor y ésta no explicitada por el sabio, la de que necesitaríamos un tercer cuerpo celeste, donde poder colocar el punto de apoyo o fulcro de la palanca, un detalle técnico éste a no olvidar, quedan aún algunas dificultades que allanar desde el punto de vista científico.

Detalles que pulir en la explicitación de esta ley, asociados a la determinación de las características físicas-químicas de la máquina que permitiera tal gesta. Entre ellas:

¿Cuál ha de ser la longitud del brazo más largo de la palanca?

¿De qué material estará hecha la barra, para que no se doble en semejante esfuerzo elevador?

¿Qué distancia debe recorrer nuestra fuerza para levantar la Tierra un solo centímetro?

Se hace evidente en la respuesta de estas cuestiones la cita galilense acerca de que las leyes de la física están escritas en lenguaje matemático.

Tampoco se hace referencia en esta cita, al tiempo necesario para producir el desplazamiento de un cuerpo con la máquina palanquera. Una dependencia a la que, con posterioridad, Galileo encuentra respuesta.

El pisano nos dejó dicho que lo que ahorramos en fuerza lo invertimos en recorrido, es decir, lo perdemos en tiempo.

Así lo expresa en su libro Mecánica, un compendio de las clases impartidas en Padua, enunciándola como la Ley de las máquinas: “Siempre lo ganado en esfuerzo se pierde en tiempo. Principio verdadero para todos los instrumentos que podrán ser imaginados”.

Hoy la conocemos como Ley de Oro de las máquinas simples: “Lo que ahorramos en esfuerzo lo perdemos en distancia recorrida”. Elemental.

Basta con que piense en la rampa que, probablemente, la comunidad de su bloque ya tenga instalada en la entrada, como alternativa a los escalones para las personas de más edad.

Se necesita menos esfuerzo para subir por ellas, pero son más largas que los escalones. Cuando menos es más.

Addenda
Al gran Arquímedes, además de los descubrimientos hidrostáticos (desplazamiento, flotación, densidad, centro de gravedad, etcétera), en estática se le atribuyen más de cuarenta inventos entre los que destacan la ya citada palanca, la rueda dentada, el tornillo sin fin (una máquina para elevar agua que se supone ideó para extraer el agua de las sentinas de los barcos y de las que hay varias versiones) y en astronomía, la construcción de un planetario.

¡Ah! A propósito del tamaño de la palanca que hiciera subir a la Tierra un solo centímetro, he realizado unos simples cálculos.

Si apoyásemos la palanca en la Luna, el cuerpo celeste más cercano a nosotros, sería necesaria una palanca cuyo brazo debería medir unas 10 000 veces más que el diámetro conocido de todo el universo. O sea que no.

Contando con que la barra resistiera semejante tensión. O sea que tampoco.

Y sólo para levantarla un centímetro. Vamos que no.

Gracias, Arquímedes.


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