Inmerso en un proceso de ahorro de amplio espectro (energético, ecológico y económico) la Unidad Europea (UE), a través de la directiva de eficiencia energética Ecodesign 2009/125/CE del Parlamento Europeo, puso en marcha en el 2009 la sustitución gradual de las bombillas, ahora llamadas de alto consumo por derrochadoras, contaminantes y caras.
Era el comienzo del fin. De su fin.
Como las bolsas de plástico o las botellas de agua no reciclables, las bombillas de alto consumo (incandescentes y halógenas) se han convertido en un símbolo del derroche de buena parte de la humanidad, a la vez que, de la lucha contra el gasto desmesurado de energía, el cambio climático y el despilfarro económico.
Y en el caso que nos trae, el de las bombillas, como no puede ser de otra forma, tiene su cuándo, por qué y cómo.
Sobre el ‘cuándo’ del fin de las bombillas de alto consumo
En el caso de las incandescentes, desde el año 2009, la normativa se ha ido aplicando de forma progresiva y, una a una, han ido cayendo las fechas y cumpliéndose las medidas de prohibición de fabricar e importar estas bombillas en toda la UE. En ese año 2009 se dejaron de fabricar las de mayor potencia, las de cien vatios (100 W). Y desde entonces, cada uno de setiembre, ha ido desapareciendo un modelo. En 2010, las de setenta y cinco vatios (75 W).
En 2011, las de sesenta vatios (60 W), en opinión de Philips uno de los modelos más usados en España. Y el pasado uno de setiembre, las de cuarenta y veinticinco vatios (40 W y 25 W).
Puntualizar aquí, que permanecen las lámparas de incandescencia reflectoras y las de aplicaciones especiales.
Sobre el ‘por qué’ del fin de las bombillas de alto consumo
Como suele ser frecuente, tampoco en este asunto existe una única causa, un solo por qué. Hasta tres me atrevo a exponerles. Un derroche energético cuya razón estriba en el bajísimo rendimiento que tiene el proceso de transformación de energía eléctrica a lumínica y que se produce en las bombillas de incandescencia y halógenas.
Se estima que solo un cinco por ciento (5%) de la energía eléctrica que utilizan estas bombillas se transforma en luz visible. El resto (95%) lo hace en forma de luz infrarroja (IR) o, si lo prefieren, calor. Una eficiencia que deja mucho que desear como ya se imagina.
Con su sustitución se calcula que, a partir de 2020, la UE podría ahorrar más de cuarenta mil millones de kilovatios-hora por año (40 000 000 000 kW·h/año), que vendría a ser la energía utilizada en ese mismo periodo por once millones (11 000 000) de hogares europeos.
2) También les apunto como motivo de su retirada que son contaminantes. Al ser su vida útil de tan solo unas mil horas (1000 h), el gran consumo de recursos naturales empleados en su fabricación, así como, la posterior generación de residuos tras su funcionamiento, son causa de un gran impacto ambiental.
Todo un alivio contaminante al que hay que sumar la considerable disminución en la generación de residuos.
3) Ni que decir tiene, que otro de los motivos por el que se retiran es por resultar caras. Su dejación puede suponer en un hogar medio un ahorro de hasta un quince por ciento (15%) en el “recibo de la luz”. (Continuará)
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