(Continuación) Como se puede intuir, con lo de artesana, la galería plantea la posibilidad de que tal pieza de nácar, solo existiera en la imaginación del artista y fuera fruto, por tanto, de su maestría con los pinceles.
Lo que se dice una evidencia ‘ad hoc’ para evitarse problemas.
Pero que, por otro lado, no ha sido óbice para que, la propia Mauritshuis, venda réplicas en su tienda de recuerdos, sin problemas también. Se ve que como institución comparte, esa opinión tan humana que dice, que no tiene nada que ver el tocino con la velocidad.
En busca de pruebas científicas
O si no pueden ser pruebas, al menos que sean evidencias. Así es como lo plantea el catedrático Icke, para quien el brillo es engañoso y no propio de una perla. Que como saben son esferas hechas de nácar -también llamado madreperla, una sustancia entre inorgánica y orgánica, dura, blanca, brillante y con reflejos irisados o iridiscentes- y formadas alrededor de pequeñas partículas que se depositan, de forma natural o artificial, en el interior del cuerpo blando de los moluscos, en especial de los bivalvos.
De ellas, de las perlas, las más deseadas por su simetría y particular brillo las producen, en su inmensa mayoría, las ostras pertenecientes a la familia Pteriidae.
Pues bien, el astrónomo plantea en su hipótesis que la supuesta perla podría ser una esfera de cristal veneciano cubierta con un barniz. O ser mejor una lámina de plata, Ag (s), pulida. O mucho mejor de estaño, Sn (s), muy bien pulimentado.
Y lo cierto es que no le falta razón.
Para empezar, las perlas naturales no suelen tener ese tamaño, ni mucho menos. Y continuando con el hecho de que las capas de la oxosal carbonato de calcio CaCO3 (s) y de la proteína compleja conquiolina, que secreta el epitelio del molusco, y que constituyen el nácar, tendrían que ser blancas perladas.
Factores históricos y pictóricos
Además hay otros factores que abundan en esta dirección.Por ejemplo históricos. Aparte del ya apuntado del nombre original del óleo, que no hace ninguna referencia a la perla, también está el de la carestía de las mismas en el siglo XVII, que es en el que se pinta el cuadro.
Una circunstancia que hace poco probable que lo fuera de este material.
Y también pictóricos. La obra es un tronie, palabra que en holandés significa rostro y con la que se designaba a un género de pintura propio del barroco flamenco holandés. Uno que los pintores de la época solían utilizar para mostrar su habilidad, dotes artísticas y maestría a la hora de captar gestos.
Es decir que en absoluto importaba la identidad del personaje retratado; ni el personaje, ni los objetos con los que se adornaba. Sólo el rostro interesaba, para mayor gloria del pintor.
Todo lo contrario de un retrato por encargo de una clienta adinerada. En ese caso ellas posan con sus mejores pulseras, collares y bordados rebosantes de perlas. Así subrayaban su estatus social y el artista se lucía pintándolas.
Pero no es el caso. Se trata de una joven anónima y por tanto, el pendiente no es de un material con valor. Lo más probable es que no sea una perla.
Esta es la idea imperante en la actualidad, ante la duda artística de los eruditos y la observación físico-química del astrónomo.
Pero esto no significa que vaya a cambiar el nombre del cuadro.
Ya les previne en la primera parte. La misma galería se ha apresurado en declarar que, en un acto de puridad, rebautizarlo como ‘La joven que lleva un pendiente parecido a una perla’, la verdad es que resulta poco atractivo y práctico.
Y no anda falta de razón comercial.
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