miércoles, 3 de diciembre de 2014

¿Conocemos, entonces, la causa de la estupidez?


Les dejé ayer con la idea del modelo murino. Es decir, la de convertir una hipótesis, según la cual era el ATCV-1 el que estaba detrás de la disminución cognitiva en los humanos, en teoría cierta.

Y para ello se valieron en el laboratorio de roedores, en concreto de murinos, de la subfamilia de los Murinae, comúnmente conocidos como ratones y ratas del viejo mundo. Quizás la mayor de todas las subfamilias de mamíferos.

El procedimiento empleado fue el de inocular el clorovirus en el tracto intestinal de ratones de entre nueve (9) y once (11) semanas de edad y estudiar sus habilidades cognitivas, sometiéndoles a una serie de pruebas.


Las mismas a las que se sometieron otro grupo de ratones no infectados y que sirvió de grupo de control. El propósito ya se lo pueden imaginar: corroborar los efectos del virus del alga en los ratones. Y el resultado se lo digo yo.

Por ir directo al grano, los investigadores constataron efectos similares a los observados en los humanos. Ése fue el valor de las pruebas.

Los especímenes infectados se desenvolvían peor que los sanos.

Y así, los ratones afectados, tenían más dificultades para encontrar su camino en un laberinto, a la vez que manifestaban una menor capacidad de atención.

Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS)
No se lo he dicho hasta ahora, pero toda esta investigación ha sido publicada en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), y en ella podemos leer que, en efecto, los ratones infectados demostraron un decremento de sus habilidades en distintos dominios cognitivos: memoria de reconocimiento, capacidad motriz o filtrado sensorial.

Por ponerles un ejemplo, a los animales infectados les llevó un diez por ciento (10%) más de tiempo encontrar la salida de un laberinto, y pasaron un veinte por ciento (20%) menos de tiempo, explorando nuevos objetos.

Unas circunstancias que no se daban en los ratones no infectados.

Como pueden ver, existe una extraordinaria coincidencia con los resultados de las consecuencias del virus en humanos. Extraordinaria e inquietante.

El análisis bioquímico que se realizó al tejido cerebral de los roedores infectados mostró que se habían producido cambios en la expresión de, al menos, mil doscientos ochenta y cinco (1285) genes del hipocampo.

Unos genes estos, que están involucrados en el aprendizaje, la respuesta inmune a virus, la formación de la memoria y la plasticidad sináptica.

Y un área, el hipocampo, que resulta ser una de las principales estructuras del cerebro humano y otros mamíferos, de la que sabemos está relacionada con el aprendizaje y formación de la memoria, así como, con la orientación espacial.

En busca de una explicación
De modo que nuestro virus parece disminuir el aprendizaje, la formación de la memoria y, además, la respuesta inmune ante la exposición a virus de los ratones.

Todo apunta a que el clorovirus -que al afectar la respuesta inmune, logra mimetizarse en el cuerpo- trastorna la corteza cerebral y, mediante un proceso de inflamación o de acción directa, puede alterar, lentificar o perturbar temporalmente el curso del pensamiento.

Una actividad que podría llevar a cabo, al estar involucrado en la activación o inactivación de algunos de estos genes, sobre todo, en los que están relacionados con la reacción a la dopamina, un importante neurotransmisor en lo relativo al reconocimiento y memorización de objetos.

Y en esas estamos.

La semejanza y paralelismo de ambos hallazgos, en ratones y seres humanos, ha evidenciado los mecanismos que muchos microbios y virus utilizan a la hora de influir sobre la función cognitiva en animales racionales y no racionales.

Un claro ejemplo que muestra nuestra vulnerabilidad en su verdadero y amplio significado.

Un microorganismo inofensivo, en principio y apariencia, de estar presente en nuestro cuerpo, puede llegar a afectar nuestro comportamiento y nuestra cognición. Sorprendente.

¿Y preocupante?




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