martes, 2 de diciembre de 2014

ATCV-1, el virus de la estupidez


El estudio se realizó en Baltimore, una ciudad portuaria estadounidense, y se trabajó con una muestra de noventa y dos (92) individuos adultos, todos ellos sin enfermedades ni padecimientos psiquiátricos.

Pues bien, resultó que del análisis de las muestras extraídas de sus gargantas, cuarenta (40) de los sujetos estaban infectados del clorovirus ATCV-1. Por primera vez la comunidad científica tenía pruebas de su presencia en nuestro organismo cuando, hasta ahora, sólo se había hallado en algas.

Bien, pero ¿por qué llamarlo de la estupidez?

¿Por qué virus de la estupidez?
Ya que la investigación había nacido partiendo de la hipótesis de que ciertos microbios en la garganta, podían estar relacionados con una disminución de las capacidades cognitivas de los humanos, se decidió mantener la relación causa-efecto, sólo que sustituyendo microbios por virus.

Y ahí saltó la sorpresa. Según los resultados, los portadores del virus no sólo mostraron tener un coeficiente intelectual más bajo que el de los participantes libres de la infección.

Además, presentaban alteraciones en su capacidad de discernimiento, disminución de la actividad cerebral, menor conciencia espacial y problemas de atención, aprendizaje y memoria.

Es decir, en conjunto, una disminución en el funcionamiento cognitivo de las personas que si bien era modesta, casi insignificante, resultaba medible. Se les estimó un rendimiento de entre un siete por ciento (7 %) y un diez por ciento (10%) menor que los no infectados.

Pero ahí está. Y de esos polvos quiero pensar que devino el lodo de la denominación, virus de la estupidez, y del que habría que subrayar que no fue fácil encontrarlo en los humanos. Por lo visto a él (virus) le pasa como a ella (estupidez), que se camufla bien.

Más o menos lo de ver la paja en el ojo ajeno...

...Y no ver la viga en el propio
Les decía que no fue fácil detectar el ATCV-1 en nosotros mismos, todo lo contrario que con las algas.

Se comprende que el virus se camufla tan bien en nuestra garganta, como la estupidez lo hace en la vida humana. Lo digo porque, sálvese quien pueda, casi todos tenemos una avispada capacidad para detectar la estupidez en otros y gran torpeza para advertirla en nosotros mismos.

Humanos, al fin y al cabo. Otro día meto el dedo en esta llaga beocia.

De las muestras víricas les diré que se extrajeron de la orofaringe o porción bucal de la faringe. Para que se oriente es esa zona por donde transitan los alimentos, líquidos y saliva al ser tragados, y que va desde la boca hacia el esófago.

Es donde, junto con la boca, se emite el aire para la vocalización y la espiración no nasal. Es también vía de paso de los alimentos durante el vómito y participa en la identificación del gusto.

En fin una región anatómica muy pluriempleada.

Y volviendo al experimento, una de las pruebas a la que sometieron a los participantes, estaba encaminada a testar el procesamiento de la información visual. En román paladino, era un test de velocidad de análisis visual.

Test de velocidad de análisis visual
Consistió en que los noventa individuos (90), tenían que trazar líneas rectas que conectaran una secuencia de puntos numerados aleatoriamente y distribuidos en una hoja de papel.

Resultó que los cuarenta (40) infectados con el virus dieron los peores resultados. Tardaron un 10 % más, en dibujar la línea. Un leve retraso.

En definitiva, que parecía haber una correlación causal entre la infección con el clorovirus y el retraso en el procesamiento visual. No obstante, nada es tan sencillo como parece a primera vista.

Porque bien podía tratarse de una coincidencia, ya que existen otros factores que incidirían sobre el resultado. Me refiero a: contaminación bioquímica, presencia de metales pesados y, en general, otros agentes patógenos capaces de producir los mismos efectos.

De modo que no estaba zanjado el asunto, por lo que el grupo investigador decidió continuar el estudio, ahora, con ratones. Lo que se conoce como crear un modelo murino.



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