Esta joya del paisajismo británico fue pintada en 1824, por el gran pintor inglés John Constable (1776-1837). Forma parte de una serie de seis pinturas de grandes dimensiones, y es la única que está en manos de un particular.
De ahí que, hasta hace unos meses, pudiera verse en el Museo Thyssen de Madrid. Pero ya no. En este ínterin ha sido subastada en la sede londinense de Christie's.
Su anterior dueña, la baronesa Carmen Thyssen, se embolsó en la transacción la cantidad de veinte millones de libras (20 000 000 £), veinticuatro millones ochocientos mil euros (24 800 000 €) al cambio.
La identidad del comprador, como suele ser normal en estos casos, se desconoce.
Pero el motivo del “enroque” pictórico no es el de la transición mercantil, más propio de la prensa salmón. Ni la fuerte polémica que generó entre los herederos del barón, carnaza natural de la prensa rosa y amarilla. No.
El motivo, ya se lo puede imaginar, es científico, o sea que hablamos de prensa azul. En concreto se trata de un motivo meteorológico. De modo que, a efectos de este análisis, sólo nos fijaremos en la parte superior de la pintura, en el cielo.
El cielo: entre el arte y la ciencia
Por la documentación existente se sabe que Constable, desde dos años antes de terminar el cuadro, no cesaba de pintar estudios en óleo de nubes. Casi una obsesión que le llevó a pintar hasta cincuenta (50) bocetos en un solo verano. Pero lo hizo de una forma científica. En el reverso anotaba las condiciones atmosféricas, la hora del día, la dirección y la velocidad del viento. Todo en pos de dar a sus cielos pictóricos una connotación lo más real y científica posible.
En este empeño le sirvió de inspiración la clasificación de nubes que había realizado el farmacéutico británico Luke Howard (1772-1864), conocido como el “padrino de las nubes” por su extraordinaria aportación a la meteorología.
A él debemos la actual nomenclatura para la clasificación de las nubes, que presentó en 1802 en la Askesian Society, contribuyendo así en el nacimiento de la Meteorología como ciencia.
Fue él quien definió las tres principales categorías de nubes: cúmulus, stratus y cirrus, así como las subcategorías cirrostratus y stratocumulus, estructuras intermedias entre las tres principales.
Un detalle importante y definitorio el de la mutabilidad y transición entre nubes que, junto con el uso del latín universal para la nomenclatura, terminaron por hacer definitivo este sistema frente al que creó el naturalista francés Jean-Baptiste de Lamarck (1744-1829).
A pesar de que el suyo fue anterior al de Howard y de utilizar el francés en su nomenclatura, no alcanzó su capacidad explicativa, por lo que no fue el científicamente aceptado.
Es lo que tiene la ciencia, que no se casa con nadie.
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