No es la primera vez que viene a esta tribuna divulgadora el tema de los viajes a nuestro satélite natural, pero sí lo es que lo hace desde esta inquisidora, interesante y razonable perspectiva.
¿Cómo es posible que no hayamos regresado a la Luna?
Porque es así. Después de la visita de seis (6) naves Apolo con doce (12) astronautas y tres sondas Luna rusas, todas con retorno a la Tierra, durante los años sesenta (60) y setenta (70), ni una sola sonda lunar fue lanzada en los años ochenta (80).
Sólo tres (3), una (1) japonesa y dos (2) europeas, en los años noventa (90). Y ninguna en lo que corre de siglo XXI. Unos datos objetivos que hacen oportuna y pertinente la pregunta.
Oportuna por el reciente fallecimiento de Neil Armstrong (1930-2012), el primer hombre en pisar la Luna. Y pertinente porque, si fuimos capaces de llegar en 1969 ahora, más de cuarenta años después, tendría que serlo también.
¿Por qué no ha sido así, entonces?
Bueno pues ya tenemos tema para enrocar. Y como seguro se imagina, existen motivos que lo justifican, si bien es verdad que unos son más razonables y evidentes que otros. Empecemos por los primeros, por los razonables.
Motivos económicos
“Poderoso caballero es don dinero”, o “Por el interés te quiero Andrés”, nos dice el acervo popular que, según para qué cosas, suele andar fino. Como es el caso. Hasta ahora, las misiones lunares han tenido una rentabilidad económica muy, muy, baja. Mientras que su precio ha sido y es realmente astronómico, si me permiten el calificativo.
Para que se hagan una idea, el programa lunar estadounidense del siglo pasado costó unos veinticinco mil millones de dólares (25 000 000 000 $) de la época, que podrían suponer, aproximadamente, unos doscientos mil millones (200 000 000 000) de los actuales.
Un aumento económico inasumible.
Al que si, además, le añadimos que el presupuesto de la NASA del próximo año 2013 es de tan solo diecisiete mil millones (17 000 000 000) millones -es decir una cifra no solo inferior a la de los años sesenta (60), sino en absoluto equiparable por el tiempo transcurrido-, hacen que se convierta en una misión imposible.
Inasumible, imposible e injustificable, para un solo país en los tiempos que corren.
Por fortuna ya no soplan por el planeta, los vientos de la Guerra Fría de la segunda mitad del siglo pasado.
Ésa que de forma artera, justificó la carrera espacial con un propósito, en gran medida, propagandístico. Una cuestión de falso orgullo patriótico.
Un mal asunto. (Continuará)
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