De nuevo 2011 viene a esta enrocada tribuna divulgativa por mor de una celebración. Una celebración, claro, científica. O mejor dicho científico-técnica.
Una como la ya comentada hace unas semanas. La de la primera circunnavegación al planeta realizada por J.S. Elcano, que partió de Sevilla hace quinientos años. Sevilla tuvo que ser.
Pues bien. También trata ésta de una gesta pionera, que marcó un antes y un después en la vida del hombre. Aunque con algunas y significativas semejanzas y diferencias. Les pongo en antecedentes.
El 12 de abril de 1961, en plena Guerra Fría, Moscú sorprendía al mundo con una noticia. Por primera vez en la historia un hombre, el cosmonauta Yuri Gagarin, viajaba al Cosmos, completaba una órbita y regresaba sano y salvo para contarlo.
La primera órbita espacial tripulada.
Una nueva gesta humana, de la que en estos días conmemoramos el 50 aniversario. Cincuenta años del primer hombre en el espacio. Un hito en la carrera espacial y unas bodas de plata ruso-espaciales, que se superponen al quinto centenario náutico-español.
Ya ven que va a ser cierto lo de que Dios los cría y el viento de la historia los aduna.
Antecedentes perrunos
En realidad la carrera espacial había comenzado unos años antes. En concreto el 4 de octubre de 1957, cuando la URSS lanza el Sputnik 1, el primer satélite artificial en alcanzar la órbita terrestre.
Pronto le siguió el Sputnik 2, que fue el primer satélite en poner en órbita a un animal doméstico a bordo. Ya ha aparecido en este enroquedeciencia cibernético: la perrita Laika, que como ya les conté, no sobrevivió a la aventura espacial.
Bueno, en honor a la verdad, habría que dejar constancia de que los primeros animales que abandonaron la Tierra, fueron las moscas de la fruta. Sí. Unas que los estadounidenses lanzaron en cohetes alemanes.
Pero siguiendo con lo nuestro, quienes sí sobrevivieron a su viaje fueron, en 1960, las perras rusas Belka y Strelka, que orbitaron la Tierra y regresaron sanas y salvas. Todo un éxito tecnológico.
Ellas fueron las que allanaron al hombre el camino hacia el espacio. Conviene tener presente que, en aquellos momentos, se ignoraba absolutamente todo sobre la influencia que podría tener, para un ser vivo, su permanencia en el espacio.
Qué nos podría pasar allá arriba. Lo desconocíamos.
Desde perder el conocimiento, hasta sufrir mutaciones genéticas. Pasando por los efectos de la falta de gravedad o el hecho de volverse locos, que también se barajó.
Proyecto Vostok. Selección
El proyecto de poner al hombre en el espacio empezó en 1959 cuando se seleccionaron a veinte (20) jóvenes pilotos, de entre tres mil (3000) candidatos. Una selección que poco después los redujo a sólo seis (6).
Unos elegidos a los que se le sometió a un adiestramiento ultra-secreto. Ellos ignoraron siempre a qué clase de misión se habían apuntado voluntariamente, aunque no ignoraban que, con suerte, uno de ellos podría estar llamado a la gloria.
El adiestramiento incluía durísimas pruebas de todo tipo.
Pruebas físicas. Practicaron gimnasia, natación y paracaidismo. También fueron los primeros en adiestrarse en la, por entonces novedosa, centrifugadora. Un dispositivo rotatorio donde su masa corporal se llegaba a multiplicar por diez (10).
Y ensayaron, naturalmente, todos los movimientos dentro de la maqueta de la cápsula.
Pruebas psicológicas. Como el aislamiento insonorizado al que se sometieron en una pequeña cámara durante diez (10) días.
Y pruebas intelectuales. Estudiaron astronomía, medicina, ingeniería espacial, geofísica.
El caso es que, al final del selectivo proceso, sólo quedaron dos de los seis: Yuri Gagarin y Gherman Titov.
Por razones no claras para quien les escribe, se terminó por escoger al primero de ellos.
El hijo de un carpintero y una ordeñadora, de apenas 27 años de edad y pequeña estatura (1,67 m). Alguien que, a pesar de su bajo estrato social, llegó donde el hombre nunca había llegado. A las estrellas.
Proyecto Vostok: “¡Vamos allá!
Aunque ellos, hasta tres días antes del 12 de abril de 1961, no supieron ni la misión, ni el día, ni quién de los dos sería el cosmonauta elegido.
La noche anterior fue cuando lo supieron todo. Tras los exámenes médicos de rigor, ambos se alojaron juntos en unos departamentos adyacentes al cosmódromo.
Y a las 6,30 h de ese soleado día, los dos pilotos embutidos en sus trajes sokol, diseñados en un llamativo color naranja para facilitar su rescate, iniciaban su paseo hacia la rampa de lanzamiento.
Fue justo en ese desplazamiento cuando tuvo lugar unas de las leyendas que acompañan a esta hazaña astronáutica. Quizás la única verdadera.
Al parecer, mientras iban en el microbús que les llevaba a la rampa de lanzamiento, Gagarin pidió que se detuvieran. Necesitaba orinar. Lo que hizo sobre una de las ruedas traseras del vehículo.
Desde entonces este universal acto fisiológico animal se ha convertido en una astronáutica tradición militar en Rusia.
Todos los cosmonautas rusos camino de la rampa de lanzamiento repiten, en el mismo lugar, la misma necesidad fisiológica del primer hombre que viajó al espacio.
Una especie de iniciático rito cosmonauta.
A las 6,50 h Gagarin subía al ascensor que le conduciría a la cápsula esférica de la Vostok. Tras más de dos horas de comprobaciones los motores se encendieron a las 9,07 h.
Fue entonces cuando, al ponerse en marcha la nave y sentir que se movía, nuestro héroe pronunciaba su famosa y simple exclamación: “¡Poyejali!” (¡Vamos allá!). (Continuará)
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