La familia de Darwin no era especialmente religiosa, incluso él mismo, para cuando se casó, ya era un escéptico religioso.
Por contra Emma era profundamente religiosa, y una ferviente lectora de la Biblia.
Un matrimonio muy bien avenido
Sin embargo esto no supuso ningún problema en el matrimonio. Las creencias de ella no chocaron en exceso con la ciencia de él. Y viceversa. Algo nada fácil como es sabido.Ciencia y creencia no deben mezclarse. Sólo donde acabe una debe empezar la otra. Sabido es que el agua y el aceite no se pueden mezclar.
Pero bueno ella era humana y tenía su pellizco cogido. Como un temor.
Según unos exégetas, le apesadumbraba, y así se lo hacía saber a sus amigos, “saber que Charles no podría acompañarla en la otra vida” por culpa de su agnosticismo.
Claro que según otros, las conversaciones con su esposo hicieron que su fe se tambaleara.
Le atemorizaba la idea de que su marido tuviera razón. Y que lo que decía la Biblia no fuera cierto.
Que tras la muerte no hubiera nada y no se reencontraran los dos en el cielo.
Estarán conmigo en que, sea cual sea la verdad, no puede ser más enternecedora la actitud de Emma. Ya les dije que fue una gran mujer.
A todo esto, Darwin, estaba a verlas venir. Él lo tenía claro. Recurriendo a la ciencia sólo pedía libertad de pensamiento para sus ideas. En absoluto atacaba a los que no las compartían.
De hecho puso especial cuidado en exponer y mantener sus planteamientos científicos, sin herir de forma gratuita con ellos.
No sé quién de los dos tiene razón. Y si se cumplieron los temores de Emma, y no están juntos allí, donde quiera que sea.
Lo que sí sé es que, a lo que ellos sentían algunos lo llaman Amor.
Temores cumplidos
Por desgracia los temores de Darwin sí se cumplieron. A pesar de su miedo tuvieron diez hijos, de los que murieron tres.Sobre todo fue desgarradora para él la muerte de Mary con diez años, su segunda hija, por culpa de unas fiebres terribles.
Además, por entonces, Emma estaba embarazada y necesitaba también de muchos cuidados.
Tras la muerte de su hija, Darwin escribiría: “Hemos perdido la alegría de nuestro hogar, y el consuelo de nuestra vejez”. Se cuenta que no llegó a derramar una sola una lágrima en el funeral.
No es que no quisiera, es que le indignaban las palabras del sacerdote. Pretendía consolarles diciéndoles que la muerte de la niña, era el destino que Dios había elegido para ella.
Claro que decirle eso a un evolucionista debe ser, casi, pecado mortal.
En otro orden de asuntos, el matrimonio no le hizo perder a Darwin su costumbre de anotarlo todo.
Hacia 1876 dejó escrito cómo jugaba todas las noches con su esposa al backgammon, y anotaba de forma precisa las partidas ganadas por cada uno.
Por si le interesa, en ese momento, ella llevaba ganadas 2490 y él 2795. O sea que estaba la cosa más o menos empatada. (Continuará).
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