jueves, 7 de enero de 2010

De boda darwiniana (I)

(Continuación) En el terreno personal, 2009 es también una fecha significativa en la vida de Charles Darwin. Y lo es por triplicado.

No sólo se cumple el bicentenario de su nacimiento y el sesquicentenario de su famoso libro, también se conmemora el 170 aniversario de su boda.

Una decisión que no crean, le costó lo suyo. Si les parece se lo cuento.

En 1838 Darwin era un corpulento hombretón de 1,80 m de estatura, ojos grises, provisto de una gran nariz, con la manía de anotarlo todo y a quien le encantaban los niños.

Quién lo diría pensando en el genial cerebro científico y deductivo, que ahora sabemos ya tenía, y en el miedo que pasaba al pensar en ellos, en los niños.

A la caza y captura de esposa
Como era costumbre en los jóvenes de su clase social, ya tenía 29 años, se puso a buscar esposa dentro de la propia familia. Y encontró a su media naranja en su prima Emma Wedgwood. Y no tuvo mal ojo porque, sin duda, era una mujer excepcional.

Además de contar con una magnífica presencia física, tenía una educación exquisita.

Tomaba clases de piano con el mismísimo F. Chopin, hablaba francés, italiano y alemán, montaba a caballo y esquiaba. Incluso practicaba el tiro con arco.

Bueno pues a pesar de todas estas cualidades, Darwin, se tomó su tiempo. Y, por supuesto, adoptó todas las medidas que consideró oportunas. No. No fue una decisión precipitada.

Por lo que sabemos a nuestro hombre lo que más le asustaba del matrimonio no eran precisamente los niños, sino el miedo a perderlos. Mejor dicho al pensar en su muerte.

No debemos dejar de lado que, a mediados del siglo XIX, la mortalidad en el parto era relativamente elevada, uno de cada 200 nacimientos. Y de los que sobrevivían, incluso de buenas familias, fallecían uno de cada cuatro o cinco hijos a lo largo del tiempo. Es que aún no se conocían los antibióticos.

Y les estoy hablando de Inglaterra. No les doy por esos mundos de Dios.

Pro y contras matrimoniales
Para ayudarse en la toma de decisión, Darwin hizo dos columnas en uno de los cuadernos donde acostumbraba a anotarlo todo. En una enumeró las ventajas de la soltería y en la otra los inconvenientes. No se las voy a citar todas, pero sí las más curiosas.

Ventajas de no casarse:

1.- Libertad para ir a donde uno quiera.
2.- Más vida social. Conversaciones con hombres inteligentes en los clubs.
3.- Sin obligaciones de hacer visitas familiares y a demás parientes.
4.- Sin estrecheces económicas por mantener y cuidar de los hijos.
5.- Mucho tiempo para la lectura.

En fin, lo que se dice un hombre de su tiempo.

Ventajas del matrimonio:

1.- Poder tener hijos.
2.- Compañía para cuando uno se haga viejo.
Y la más chocante:
3.- De todas formas, casarse siempre será mejor que tener un perro de compañía.

Por lo que se ve, y a pesar de ser menos, ganaron las ventajas de casarse porque, el 24 de enero de 1839, Charles contraía matrimonio con prima Emma. (Continuará).

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