(Continuación) De modo que papá Hoffman fue el primer beneficiado conocido del AAS.
Lo llaman amor filial. Y la noticia corrió como la pólvora.
Se apresuraron a patentarla y, en enero de 1899, la compañía Bayer comercializaba el AAS con el nombre de Aspirina.
Toda una alusión a su composición. La A de acetil, spir de la planta Spírea ulmaria, y la terminación farmacéutica ina. Así de simple.
Se lanzó al mercado en forma de polvos blancos. Y tal fue su éxito que todo el mundo hablaba de los “polvos milagrosos” o de los “polvos mágicos”. Eran otros tiempos.
Hasta se empleaba una frase que hoy podría resultar malsonante por grosera, pero que en aquella época no lo era.
Se solía decir “échate unos polvos para olvidar el dolor”. Lógico y natural, dados los excelentes resultados.
Ya ven, estimados lectores, que la maldad de algunos dichos está, la mayoría de las veces, en la mente de quien los interpreta.
Pero la Aspirina en polvo, la verdad, es que era molesta para tomarla.
Por eso en 1915, en plena Primera Guerra Mundial (PGM), la empresa alemana Bayer lanzó la aspirina en tableta.
Todo un acierto. Cuando en 1919 acabó la guerra con el Tratado de Versalles, los aliados se quedaron con la patente como botín.
Una posesión que duró poco pues, dos años después, la aspirina era proclamada “propiedad de toda la Humanidad” y cualquiera podía producirla sin tener que pagar derechos.
Desde dolores de cabeza hasta tuberculosis, pasando por gripes, gonorrea y cualquier tipo de inflamación, como amigdalitis, rinitis, artritis o cistitis.
Desde comienzos del siglo XX la Aspirina ha sido el remedio por antonomasia, la medicina más popular de todos los tiempos.
Ningún fármaco ha mostrado su capacidad curativa sobre estos tres procesos fundamentales -el dolor, las inflamaciones y la fiebre-, de forma tan eficaz, como lo ha hecho la Aspirina.
Y con menos efectos secundarios que, no debemos olvidar, los tiene. De todos son conocidas sus contraindicaciones y las diferentes formas de minimizarlas.
Que, setenta y dos años después de que Hoffman la sintetizara, Aspirina acompañaba al hombre a la Luna en el Apolo 11, siendo uno de los pocos fármacos que contenía el pequeño botiquín de a bordo.
Y que, según se cuenta, el propio Kafka la tomaba, aunque no se sabe -dicen las malas lenguas- si las empleaba también para aliviar sus dolores existenciales.
Por cierto, y ya que hablamos de Kafka, una duda existencial.
Si la aspirina sirve para tantas dolencias, una vez dentro, ¿cómo sabe ella qué parte del cuerpo es el que le duele a uno en concreto?
Qué misterio. Uno que no deja de crecer ¿Continuará?
Lo llaman amor filial. Y la noticia corrió como la pólvora.
La Aspirina de Bayer
Ni que decirles que los químicos de la Bayer comprendieron, al momento, la utilidad del medicamento.Se apresuraron a patentarla y, en enero de 1899, la compañía Bayer comercializaba el AAS con el nombre de Aspirina.
Toda una alusión a su composición. La A de acetil, spir de la planta Spírea ulmaria, y la terminación farmacéutica ina. Así de simple.
Se lanzó al mercado en forma de polvos blancos. Y tal fue su éxito que todo el mundo hablaba de los “polvos milagrosos” o de los “polvos mágicos”. Eran otros tiempos.
Hasta se empleaba una frase que hoy podría resultar malsonante por grosera, pero que en aquella época no lo era.
Se solía decir “échate unos polvos para olvidar el dolor”. Lógico y natural, dados los excelentes resultados.
Ya ven, estimados lectores, que la maldad de algunos dichos está, la mayoría de las veces, en la mente de quien los interpreta.
Pero la Aspirina en polvo, la verdad, es que era molesta para tomarla.
Por eso en 1915, en plena Primera Guerra Mundial (PGM), la empresa alemana Bayer lanzó la aspirina en tableta.
Todo un acierto. Cuando en 1919 acabó la guerra con el Tratado de Versalles, los aliados se quedaron con la patente como botín.
Una posesión que duró poco pues, dos años después, la aspirina era proclamada “propiedad de toda la Humanidad” y cualquiera podía producirla sin tener que pagar derechos.
Aplicaciones aspirínicas
De sus aplicaciones qué les voy a contar. Todos la hemos utilizado como analgésico, antipirético y antiinflamatorio en infinidad de dolencias.Desde dolores de cabeza hasta tuberculosis, pasando por gripes, gonorrea y cualquier tipo de inflamación, como amigdalitis, rinitis, artritis o cistitis.
Desde comienzos del siglo XX la Aspirina ha sido el remedio por antonomasia, la medicina más popular de todos los tiempos.
Ningún fármaco ha mostrado su capacidad curativa sobre estos tres procesos fundamentales -el dolor, las inflamaciones y la fiebre-, de forma tan eficaz, como lo ha hecho la Aspirina.
Y con menos efectos secundarios que, no debemos olvidar, los tiene. De todos son conocidas sus contraindicaciones y las diferentes formas de minimizarlas.
Anecdotario aspiriniense
De su popularidad baste decir que el gran tenor Enrico Caruso pedía a sus empresarios tenerla siempre a mano.Que, setenta y dos años después de que Hoffman la sintetizara, Aspirina acompañaba al hombre a la Luna en el Apolo 11, siendo uno de los pocos fármacos que contenía el pequeño botiquín de a bordo.
Y que, según se cuenta, el propio Kafka la tomaba, aunque no se sabe -dicen las malas lenguas- si las empleaba también para aliviar sus dolores existenciales.
Por cierto, y ya que hablamos de Kafka, una duda existencial.
Si la aspirina sirve para tantas dolencias, una vez dentro, ¿cómo sabe ella qué parte del cuerpo es el que le duele a uno en concreto?
Qué misterio. Uno que no deja de crecer ¿Continuará?
No hay comentarios :
Publicar un comentario