(Continuación) Y si bien es cierto que tal y como lo plantea el escritor, técnicamente, los astronautas llegarían a la Luna, no lo es menos que lo harían probablemente en no muy buen estado físico y la causa ya se la imagina, la brutal aceleración a la que se verían sometidos y que los mataría.
Recordemos que Verne utiliza un gigantesco cañón
de trescientos metros (300 m) de longitud para lanzar la nave espacial que
salía de él a 16 km/s. Un simple y bachillero cálculo cinemático (MRUA) nos
da una aceleración de casi 43 000 veces la terrestre (gT = 9,81
m/s2) y resulta que, siendo sólo 8 veces superior, tan solo eso,
ya sería mortal de necesidad. Precaución.
Por eso le decía lo del no muy buen estado físico de los
astronautas y el error científico del autor francés, aunque...
No
siempre todo es lo que parece
Como es bien sabido, los cohetes espaciales actuales alcanzan la velocidad de escape (ve = 11,2 km/s) de forma progresiva -por etapas o fases, mediante el uso de cohetes autopropulsados- y no en un único impulso o propulsión.
Un error por tanto grosero a primera vista aunque, bien
mirado, no está claro del todo hasta dónde lo es; en su defensa algunos estudiosos
opinan que el escritor no podía ignorar esta realidad mecánica y que, por
supuesto, no era ajeno a su imposibilidad física. Caución.
Él sabía que su cañón no funcionaría en la vida real y buena
prueba de ello son las abundantes controversias e interrogantes que existen en
la novela acerca del mismo, de ahí que estos exégetas piensen que optó por dicha
solución dado el estado incipiente en el que se encontraba en aquellos momentos
la técnica de los cohetes.
Y que, por su intuitivo funcionamiento, la idea del cañón sería mejor aceptada por los lectores; juega a favor de esta hipótesis el hecho de que recurre a ellos, me refiero a los principios físicos, para las maniobras del vehículo en el espacio, un buen indicador de sus conocimientos reales. Cautela.
‘Veinte
mil leguas de viaje submarino’, 1869
Un año antes de la aventura espacial que le contaba, en
1869, Verne daba los últimos toques a la que es la primera novela
oceanográfica del mundo, ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’, y lo
hacía con una inquietante y heterogénea pareja de protagonistas.
Ella, una máquina, el Nautilus, que tomó el nombre
del submarino de propulsión manual que había construido el
estadounidense R. Fulton (1765-1815) en 1800, quien por cierto también
desarrollaría el primer barco de vapor (1803). (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
[**] El original de esta entrada fue
publicado el 03 de abril de 2023, en la sección DE CIENCIA POR SEVILLA,
del diario digital Sevilla Actualidad.
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