sábado, 14 de enero de 2012

Leyenda, historia y ciencia de los Reyes Magos (III)

Razones para un mito
(Continuación) Una imagen ésta del momento de la adoración que, probablemente, es la que da fuerza a un mito que dura ya dos mil años de nuestra era.

Dos mil años de hechos y desechos, de proezas y vilezas, de hazañas y de guadañas.

Y que a pesar de todo y no sabemos muy bien porqué, nos empeñamos en conservar. Pero el caso es que lo hacemos. Y eso digo yo que debe ser por algo. Les ofrezco dos de estos “algos”.

Uno porque quizás nos haga sentirnos mejor y, por ende, ser mejores. Al menos un día al año las cosas parecen tener sentido.

Sí. Es más que posible que éste pueda ser uno de ellos. No olvidemos que, de algún modo, ya forma parte de nuestro imaginario colectivo.

El otro algo puede radicar en el simbolismo de la imagen de tres poderosos, arrodillándose ante un indefenso niño en un establo. Bien vista no puede tener más carga simbólica.

Pocas creaciones concebidas por el intelecto humano, pueden resultar más poderosa que ésta, máxime, partiendo de donde parte. No olvidemos que no es más que una supuesta reliquia, rodeada de gran parte de leyenda y algo de historia. Y a pesar de todo se ha convertido en un mito.

Un mito que se ha metido en la propia historia humana hasta el punto de hacer creer a mucha gente que existen unas islas de los Reyes Magos. Como lo leen. Todo empezó en el siglo XVI.  

El mito de las islas del rey Salomón
Bueno en realidad lo hizo quince siglos antes y lo cuenta, cómo no, la Biblia. Que sitúa en Oriente unas islas maravillosas, de donde salían las naves cargadas de riquezas para el rey Salomón.

Una tierra de nombre Ofir, que estaba nada menos que a ¡tres años! de distancia de la ciudad de Jerusalén y de donde, según el Libro de los Salmos, saldrían los mismos Reyes Magos para postrarse ante el Hijo de Dios. Como pueden ver se trata de una tierra mítica.

Desde este mismo momento, la figura de los Reyes Magos quedó unida a la leyenda de las ya llamadas, islas de Salomón.

Un paraíso de riquezas sin límite, rebosante de piedras preciosas, oro, sándalo y marfil. Un mito que alcanzar como otros muchos por los aventureros del siglo XVI. Un siglo pleno de persecución de mitos.

Como el de El Dorado por Pedro de Ursúa; o la fuente de la eterna juventud por Ponce de León; o la riquísima ciudad de Trapalanda por Diego de Rojas; o, ni que decir tengo, las islas de los Reyes Magos por Álvaro de Mendaña.

La historia de las islas de los Reyes Magos
La documentación existente nos dice que el propio Cristobal Colón llegó a pensar, en algún momento de su llegada a las Indias, que había arribado a una de estas islas.

Llega incluso a decirle a su tripulación: “Señores míos, os quiero llevar al lugar de donde salió uno de los tres Reyes Magos que vinieron a adorar a Cristo”.

No lo logró pero esto no impidió, más bien todo lo contrario, que el sueño de su descubrimiento se contagiara a otros aventureros, en distintas ocasiones y con suerte desigual.

En más aventureros de los que la voluntad de perdón pueda redimir. En más ocasiones de las que la cortesía histórica pueda ignorar. Y en más situaciones de las que el buen gusto pueda maquillar.

Pero ese es otro asunto y no el que nos trae hoy. De modo que lo aparcaremos y seguiremos con lo nuestro. Y el caso es que, entre esos aventureros, se encontraba Álvaro de Mendaña. (Continuará)


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