Y la admite porque cohabita y se mezcla con lo que dicen ser un síntoma exclusivamente femenino, que atiende al sugerente nombre de síndrome de la tiara.
Síndrome de la tiara
En general y en cualquier contexto laboral, no sólo el científico, con esta expresión se hace referencia a la ingenua confianza que muchos trabajadores a cuenta, y sobre todo trabajadoras, tienen de que algún superior de la empresa en la que prestan sus servicios, se fijen en ellos por su esmerado quehacer.De que alguien relevante se percate de su dedicación disciplinada y eficaz hacia la empresa, de sus años de trabajo bien hecho, y se lo reconozcan en forma de ascenso, aumento de sueldo, premio, distinción o lo que sea, pero que se lo reconozcan.
Pero eso sí, así sin más que sumar por parte de ellos.
Sin que ellos como trabajadores tengan obligación y necesidad de hacérselo ver, es decir de auto-promocionar delante del jefe de turno, sus capacidades y talento laborales.
Lo suyo, en su opinión, es solo mantener una actitud pasiva, a la espera de la mirada de un superior que sepa y quiera ver sus méritos. Pero eso es algo que nunca ocurre. Es que (casi) no puede ocurrir.
Por desgracia todos estamos muy ocupados como jefes para atender a estos detalles. Pero todos, seamos jefe o jefa, que en este comportamiento, como en el experimento de Jennifer y John, no parece haber diferencias.
Detectado como fenómeno que se produce de forma más frecuente en las mujeres, sobre todo cuando notan la presencia invisible del techo de cristal encima de sus cabezas, a esa necesidad que sienten de que se les valore y premie, se la ha asemejado con el hecho de “poner una tiara” sobre la cabeza de una princesa.
Una buena figura alegórica.
Actitud pasiva y ¿tiara como recompensa?
Acuñada hace unos años, en la actualidad la expresión ‘síndrome de la tiara’ se encuentra más extendida y vigente de lo que parece. Hoy día no son pocas las mujeres, aunque no únicamente ellas, que se ven obligadas por un motivo u otro, a adoptar una actitud pasiva en sus puestos de trabajo, cumpliendo de manera prolija con su deber, pero sin decir ni hacer nada.
Tan solo esperando que algún superior las observe para, el día menos pensado, vaya usted a saber cuándo, coronarlas con una “tiara”. Algo que (casi) nunca ocurre. Todos, masculino genérico, estamos muy ocupados.
Ahora que lo pienso, este rol de sujeto pasivo femenino, no es nuevo ni muchísimo menos.
Puede que lo sea la expresión, la forma en el que se lo nombra, pero el hecho, el fondo del asunto, no lo es. Existe desde que el hombre es hombre y la mujer, mujer, claro. Si no de qué.
Y no lo es desde la misma mitología. Lo digo, es solo un ejemplo, por Penélope, quien permanece tejiendo y destejiendo durante veinte (20) años, a la espera de que a Ulises le dé por regresar a casa.
Y cuando lo hace, Homero así nos lo cuenta en la Odisea, el único que le reconoce es su perro Argos, que muere muy poco después. Pero esa es otra historia que merece ser contada en otra ocasión y lugar. (Continuará)
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