Entre ellas la Iglesia que, dada su más que conocida pretensión de marcar la forma de pensar de los humanos, tuvo que hacerse cargo de una serie problemas sobrevenidos.
Desde teológicos, había que determinar si los indios tenían alma o no. Hasta morales, estaban los derechos de los indios, cuya defensa asumieron entre otros, misioneros como el sevillano Bartolomé de las Casas (1474/84-1566).
Pasando por los relacionados con la práctica del “fumaque”.
Recordar aquí la extraordinaria impresión que causó en los descubridores españoles ver a los “hombres-chimenea”.
O sea a los indios que, según las crónicas de la época, andaban de un sitio a otro con “un tizón en las manos para tomar ahumadas”.
Y cómo al llegar dicha práctica, a finales del siglo XV a España, el Santo Oficio dio buena cuenta de los fumadores, por cometer acto de brujería. Un mal asunto.
Después, una vez superadas estas inquietudes, el problema lo tuvo la iglesia cuando relacionó la práctica de echar humo por boca y nariz con el ayuno eucarístico.
Acerca del ayuno eucarístico
Que por si no lo saben, es una de las tres condiciones que se han de cumplir para poder comulgar. A saber, para recibir la Sagrada Eucaristía, hay que satisfacer estos tres requisitos: 1) Estar en gracia de Dios.
2) Saber a quién se va a recibir, acercándose a hacerlo con devoción.
3) Guardar al menos una hora de ayuno antes de comulgar.
Y dado que ayuno se entiende como el acto de abstenerse total o parcialmente tanto de comer como de beber, a la iglesia del siglo XVI, con la popularización del asunto del fumaque, se le vino un problema ritual encima.
¿Rompía el ayuno eucarístico el hecho de inhalar humo o aspirar polvo de tabaco? ¿Se podía hacer dentro de la última hora?
Es muy posible que en la actualidad esto que les planteo sea un asunto casi de broma, pero créanme que en aquella época tan cargada de misterio y creencias religiosas no era un asunto menor.
Por menos se podía mandar a una persona a la hoguera o iniciar una guerra religiosa. (Continuará)
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