Del gallo -macho de la gallina, especie Gallus gallus- conocemos la variedad de su simbolismo. Por ejemplo que, según los mitógrafos renacentistas, estuvo consagrado a algunas divinidades solares, entre ellas Apolo.
Por algo era el anunciador de la mañana y la consiguiente salida del sol, en muchos de los movimientos religiosos que en el mundo han sido. Una asociación universal a lo largo del tiempo.
Desde el mazdeísmo y el culto a Zoroastro, hasta el islamismo y la relación de Mahoma con el mundo de ultratumba.
Y que tampoco falta en la iconografía cristiana. Que mediante el gallo cantando, representa la resurrección de Cristo, además de ser uno de los elementos que acompañan a las representaciones de San Pedro, simbolizando las tres negaciones que hizo de Jesús después de la Última Cena.
Es San Marcos quien en su Evangelio nos dice: “Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces”. Sin olvidarnos que, simbólicamente, pasa también a adquirir un nuevo perfil: el de defensa frente al diablo. El gallo como simbolismo de luz en su lucha contra la oscuridad.
En fin cosas de las creencias religiosas.
Una costumbre cristiana
Esta costumbre tiene su origen en la Edad Media cuando, en el siglo IX, el Papa Nicolás I el Magno (¿?-867), número 105 de la Iglesia Católica y que lo fue del año 858 al 867, decretó que colocaran un gallo (un gallo vivo) en la parte más alta de las iglesias para simbolizar lo anteriormente citado. En realidad el valor simbólico del gallo ya lo había sido empleado por San León IV (¿?-855), papa número 103 de la Iglesia Católica y que lo fue del año 847 al 855. Y con anterioridad por San Gregorio Magno (540-604), que fue el sexagésimo cuarto papa de la Iglesia Católica.
Con el gallo en lo más alto el Papa pretendía representar la supremacía de lo espiritual sobre lo material, la sempiterna vigilancia del clero sobre el pueblo. Pero claro había un problema.
Como en los campanarios de las iglesias y demás construcciones religiosas solía haber una veleta, instalada para señalar el sentido del viento, y la iglesia quería que el gallo estuviera en el punto más alto posible, no tuvieron más remedio que ponerlo encima de la misma veleta.
A la fuerza ya saben que ahorcan. Sólo que en este caso la solución chapucera terminó convirtiéndose, con el paso del tiempo, en tradición casi universal.
O lo que es lo mismo, de la necesidad se hizo virtud. Y la anécdota adquirió rango de categoría.
Veletas y gallos de hierro
Y aunque el valor simbólico del gallo como emisario de la luz, se mantuvo sólo durante el primer milenio cristiano, hoy día, hasta en el tejado de algunas casas particulares podemos observar veletas con su gallo encima.Un gallo que eso sí, ya no está vivo sino forjado en metal hierro, Fe (s).
El hierro forjado es una de las variedades más empleada por el hombre durante miles de años y que se caracteriza por ser dura, maleable y fácilmente aleable con otros metales.
Llamado así por gozar de la propiedad de poder ser forjado y martillado, cuando está a muy alta temperatura (al rojo), se endurece cuando se le enfría de forma rápida, teniendo una temperatura de fusión superior a los mil quinientos grados Celsius (1500 °C).
Es una de las aleaciones con mayor contenido en hierro y menor en carbono C (s), entre 0,05% y 0,25%, y la más habitual y conocida a lo largo de la historia.
Y cerrados estos incisos religioso-científico, justificador de la conjunción veleta-gallo, estamos en condiciones de analizar la segunda razón, ésta de naturaleza científica, de porqué los gallos cantan.
Una que nos llega de la mano de las ciencias biológicas.
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