Además de revolucionario por sus ideas científicas, por sus manifestaciones en público, Einstein, se muestra como un internacionalista que, por ende, era judío.
Una combinación un tanto peligrosa para los tiempos que corrían.
Lo suficiente como para provocar celos profesionales y recelos nacionalistas. Corrió el rumor de que se preparaba un atentado contra su persona. Por todo esto, durante un tiempo, abandonó sus actividades académicas y públicas y se mantuvo retirado.
No era para menos. El 24 de junio era asesinado W. Rathenau, ministro alemán de Asuntos Exteriores, amigo de Einstein y reconocido como internacionalista.
Sin embargo se hace miembro del Comité de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones (CCI), cuatro años antes de que Alemania fuera admitida en la Liga. Demasiados riesgos.
En el Imperio del Sol Naciente
Que se disiparon al aceptar la invitación de un editor japonés. El día 8 de octubre de 1922, el matrimonio embarcó en Marsella, en el buque de vapor Kitano Maru, para visitar el Japón. En ruta recalaron en Singapur, Hong Kong y Shangai. Unos días antes de su llegada al Japón, el 9 de noviembre, le concedieron el Premio Nobel en Física de 1921. La mención dice: “A Albert Einstein, por sus servicios a la física teórica y especialmente por su descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico”.
Fíjese bien. Ni una sola mención a la relatividad. Una teoría demasiado polémica, tanto en lo científico como en lo político, como ya hemos visto.
Su llegada al Japón convocó a multitud de japoneses deseosos de verlo en persona. Recibido por la emperatriz, fue colmado de honores y regalos. De este viaje, en su diario, anotó: “Me encariñé tanto con las personas y con el país, que al marcharme no pude contener las lágrimas”.
Las seis semanas que duraron su periplo japonés constituyeron un verdadero desahogo tras las duras tensiones sufridas en Berlín.
Quien no parece que lo pasó del todo bien fue el embajador alemán en Japón. Anduvo preocupado todo el tiempo por la indumentaria, que ya empezaba a ser poco ortodoxa, de Einstein. No obstante, se deshizo hablando de su modestia y sencillez en el trato.
Y del Japón a Palestina
En su “triunfal paseo relativista”, de Japón pasó a Palestina, donde llegó el 2 de febrero de 1923, para una estancia de doce días. En Jerusalén pronunció una conferencia en francés, y en su diario de viaje, de esta ocasión, anotó: “Tuve que comenzar con un saludo en hebreo, que leí con grandes dificultades”. En fin. Estas cosas pasan.
La visión del Muro de las Lamentaciones, las ruinas del Templo y las angustiosas oraciones de los judíos le hicieron anotar en su diario: “Una visión deplorable de hombres con pasado y sin presente”.
Y de Palestina a España como a él mismo le gustaba, humorísticamente, decir: “silbando mi teoría de la relatividad”. En cierta ocasión, el físico austríaco P. Ehrenfest (1880-1933) le preguntó por la razón de su visita a España en donde “no había física de interés para él”.
“Sí -le respondió- pero el rey da unas fiestas excelentes...”.
España es diferente: Barcelona
A este país vino, gracias al buen hacer de los físicos españoles Blas Cabrera (1878-1945) y Esteban Terrades (1883-1950). Desembarcó el 26 de febrero, en el puerto de Barcelona, donde fue recibido por... ¡Nadie! No había nadie en el puerto a su llegada. Al parecer hubo un malentendido en el comité de recepción. Según dicen, el matrimonio se marchó a un hotel cercano muy modesto, casi una pensión.
También dicen que el propio gerente lo identificó por los periódicos y, presuroso, los llevó al hotel Ritz. Allí corrieron autoridades y representaciones a presentar sus disculpas y, mostrar, sus cumplidos protocolarios.
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