(Continuación) Y tampoco desde el lúdico. No es tanto el tiempo que dedicamos al aseo dental como para aburrirnos.
Si bien es cierto que son unos de esos escasos minutos al día, que estamos a solas con nosotros mismos.
Ensimismados en nuestra propia mismidad. Y además delante del espejo, viéndonos. Demasiado.
Puede que la compañía, la nuestra, y la visión, la de nuestro rostro, no a todos les resulte agradable. O ni siquiera llevadera. Quizás.
Es más, puede que incluso le resulte insoportable. También. Anduvo fino Borges con aquello de “Estoy solo y no hay nadie en el espejo”. Él como siempre tan vibórico. Si no que se lo digan a Machado. Antonio, claro.
Pero por ahí. Por ahí es posible que le llegue el éxito comercial al invento de marra. Porque nos ayude a poder soportarnos, durante esos minutos que estamos solos frente a un espejo. Mirándonos.
O lo que es peor, viéndonos. Algunos lo achacan a la levedad del ser. Puede ser.
Como me comentaba en cierta ocasión una amiga, “mi voz queda ¡¡fatal!! en el contestador. La odio”.
Aunque en este caso (en el del contestador, no el de mi amiga), para justificar la anomalía auditiva, deberíamos añadir una variable más. Sucede que no siempre escuchamos toda la gama de registros de un sonido.
La voz, como cualquier otro sonido, tiene una frecuencia principal y otras secundarias, que se llaman armónicos. Y son algunas de estas secundarias, las que no siempre son recogidas por el micrófono del teléfono, registradas por el cabezal de la grabadora o transmitidas por la membrana del auricular.
Depende de la calidad del material con el que están construidos y que, en estos casos, suele ser por lo general mala.
Motivo por el que algunas de esas frecuencias no se recogen.
Es decir, se pierden matices que normalmente sí oímos cuando el sonido no es grabado.
Algo parecido ocurre con los ecos imperceptibles que se producen en la sala donde se hizo la grabación. Tampoco quedan registrados en la cinta por lo que no se oyen en la grabación.
Si bien es cierto que son unos de esos escasos minutos al día, que estamos a solas con nosotros mismos.
Ensimismados en nuestra propia mismidad. Y además delante del espejo, viéndonos. Demasiado.
Puede que la compañía, la nuestra, y la visión, la de nuestro rostro, no a todos les resulte agradable. O ni siquiera llevadera. Quizás.
Es más, puede que incluso le resulte insoportable. También. Anduvo fino Borges con aquello de “Estoy solo y no hay nadie en el espejo”. Él como siempre tan vibórico. Si no que se lo digan a Machado. Antonio, claro.
Pero por ahí. Por ahí es posible que le llegue el éxito comercial al invento de marra. Porque nos ayude a poder soportarnos, durante esos minutos que estamos solos frente a un espejo. Mirándonos.
O lo que es peor, viéndonos. Algunos lo achacan a la levedad del ser. Puede ser.
De vuelta con la voz grabada
Por las mismas razones más arriba apuntadas, nos suena rara también nuestra voz cuando la oímos en el contestador automático del teléfono.Como me comentaba en cierta ocasión una amiga, “mi voz queda ¡¡fatal!! en el contestador. La odio”.
Aunque en este caso (en el del contestador, no el de mi amiga), para justificar la anomalía auditiva, deberíamos añadir una variable más. Sucede que no siempre escuchamos toda la gama de registros de un sonido.
La voz, como cualquier otro sonido, tiene una frecuencia principal y otras secundarias, que se llaman armónicos. Y son algunas de estas secundarias, las que no siempre son recogidas por el micrófono del teléfono, registradas por el cabezal de la grabadora o transmitidas por la membrana del auricular.
Depende de la calidad del material con el que están construidos y que, en estos casos, suele ser por lo general mala.
Motivo por el que algunas de esas frecuencias no se recogen.
Es decir, se pierden matices que normalmente sí oímos cuando el sonido no es grabado.
Algo parecido ocurre con los ecos imperceptibles que se producen en la sala donde se hizo la grabación. Tampoco quedan registrados en la cinta por lo que no se oyen en la grabación.
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