martes, 16 de octubre de 2018

¡Es un telescopio, no un cañón! (1)

Lo que tiene ante sus ojos es una maqueta del telescopio original que fue construido por el astrónomo y músico alemán William Herschel (1738-1822) para el Real Observatorio Astronómico de Madrid. Un intento frustrado, otro más de la ilustración española, con una pequeña intrahistoria que empieza a finales del siglo XVIII.
Como tal Observatorio estaría ubicado en el conjunto científico de la colina del Prado y sería el último edificio que construiría Juan de Villanueva (1739-1811), máximo exponente de la arquitectura neoclásica española, cuya obra maestra es el edificio del Gabinete de Historia Natural, hoy Museo del Prado.
En su dotación constaba el que sería el mejor instrumento astronómico de la época, un telescopio Herschel de reflexión con un espejo de unos siete coma cinco metros (7,5 m) de distancia focal y sesenta centímetros (60 cm) de diámetro.
Con esas medidas no sólo sería mucho más manejable que el de uno coma veintidós metros (1,22 m) que tenía en el jardín de su mansión en Slough, sino que sería significativamente más potente que el de cuarenta y ocho centímetros (48 cm) que utilizó para realizar la mayoría de sus descubrimientos. Sin duda el de Madrid fue uno de los mejores telescopios que construyó.
‘Reflectores herschelianos’
En su construcción abandonó el ‘modelo newtoniano’ y decidió inclinar el espejo primario de manera que la imagen no se formase en el eje del tubo, sino en un punto del borde delantero. De esta forma el observador se situaba en un balcón delante del tubo y se inclinaba con el ocular en la mano buscando el punto focal.

Una configuración que tenía la ventaja de no necesitar espejo secundario (lo que tenía su importancia dado que implicaba menos trabajo de pulido), pero hacía que la observación requiriese de una gran habilidad, de un auténtico “arte de mirar”, como decía Herschel y decía bien. (Continuará)
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