Desde niña, la estadounidense Rachel Carson (1907-1964), se sintió fuertemente atraída por el mar. Una pasión extraña si tenemos en cuenta que nació y se crio lejos de la costa, y que no llegó a ver el mar hasta sus años de universitaria.
Su otra pasión era escribir. Tenía decidido que un día sería escritora y que viviría frente al mar. Y vaya si lo consiguió.
Formada como bióloga, cuando aún pocas mujeres ingresaban en el terreno de la ciencia, obtuvo su doctorado cum laude en Biología Marina, en 1932. Mujer tímida y modesta, comenzó su carrera profesional en la Administración Pública.
Redactaba material educativo sobre temas de conservación y recursos naturales, revisaba artículos científicos y escribía guiones para la radio. Era una de las dos únicas mujeres que la Administración empleaba en estos cargos profesionales.
De forma independiente, y preocupada por el daño ambiental causado por el uso excesivo de pesticidas, en 1945, trató de vender un artículo acerca de ciertas pruebas realizadas con ellos. Lo mandó a la conocida revista ‘Reader's Digest’, pero se lo rechazaron.
Con el tiempo, lo que sí consiguió fue publicar un par de libros, uno de los cuales fue un éxito de superventas. Se convirtió en una mujer famosa y, además, rica. Lo suficiente como para dejar su trabajo en la administración, y retirarse a escribir a una casa que se construyó en la costa.
Fruto de este retiro nació su tercer libro sobre la vida marina, en 1955.
Primavera silenciosa
Es a finales de los años cincuenta cuando Rachel deja de lado su interés por la temática marina. En 1958, alarmada por las evidencias del peligro del DDT y otros pesticidas, decide alertar al público mandando nuevos artículos a las revistas.Un intento baldío. Se negaron a publicarlos como en 1945.
Es por lo que decide escribir un libro sobre esta temática, lo llamará Silent Spring.
Durante más de cuatro años investigó y se documentó acerca de los efectos de los pesticidas en la naturaleza. A principios del verano de 1962, el primer capítulo del libro aparecía en la revista ‘New Yorker’.
Por supuesto que la industria química se le echó encima, calificándola de “mujer histérica”. De nuevo la dichosa, aunque inofensiva expresión.
Otro tanto se puede decir de las instituciones oficiales, que la llegaron a acusar de comunista. Un calificativo, por el contrario, nada inofensivo sino muy peligroso en esos años de caza de brujas mccarthianos.
Pero el público lo acogió de forma entusiasta. Un programa especial sobre los pesticidas, emitido por una de las principales cadenas de televisión y en la que aparecía entrevistada una Carson tranquila y segura de sí misma, ayudó mucho.
La mitad del libro apareció a lo largo del verano, en tres números consecutivos de la revista. Ni que decir que desencadenaron un debate a nivel nacional. En setiembre se publicaba el libro, y en octubre ya era superventa.
Fue invitada a declarar en varias comisiones del Congreso, pues el Departamento de Agricultura no paraba de recibir cartas de gente asustada y preocupada por los peligros químicos de los pesticidas.
Rachel exhortaba a que se crearan una comisión para su estudio y algún tipo de organismo regulador.
Tal fue la controversia que originó que el mismo presidente J. F. Kennedy (1917-1963), al ser preguntado si el gobierno de los Estados Unidos estaba investigando el uso del DDT, respondió: “Sí... particularmente después de la publicación del libro de la señorita Carson”.
Era la victoria de la pluma literaria sobre el veneno científico. (Continuará).
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