Para los que nacimos a mediados del pasado siglo XX, DDT es un acrónimo que nos resulta muy familiar.
Era el nombre de un insecticida de muy frecuente uso doméstico e industrial, conocido por su amplio espectro de aplicación y acción prolongada y estable, en el control de plagas y pestes de muchos tipos de cultivos.
Mataba a los insectos por simple contacto y era muy efectivo.
De hecho este producto permitió mejorar, de forma significativa, el rendimiento de bastantes cosechas destinadas a la alimentación humana y se convirtió en un componente relevante de la denominada Revolución Verde de la agricultura.
Así que se utilizó durante décadas hasta que, merced al éxito en 1962 del libro Primavera Silenciosa de la estadounidense Rachel Carson (1907-1964), su uso pasó a ser cuestionado.
No en vano, en él se exponían muchos de los peligros ecológicos derivados de la utilización de esta sustancia, y ejerció tal presión social, que la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA) prohibió su uso en 1972.
Pasó de héroe a villano, sin solución de continuidad.
Químicamente es un compuesto organoclorado
Su nombre químico vulgar es Dicloro Difenil Tricloroetano y el sistemático 1,1,1-tricloro-2,2-bis(4-clorofenil)-etano, siendo su fórmula molecular (ClC6H4)2CH(CCl3). Un compuesto organoclorado incoloro, muy soluble en grasas y disolventes orgánicos, casi insoluble en agua y principal componente de los insecticidas en otros tiempos.
En la actualidad, está prohibida la producción, uso y comercialización de cualquier producto de protección de plantas que contengan DDT.
Inventado en el otoño de 1939 su autor, el químico suizo Paul Hermann Müller (1899-1965), recibió en 1948 el Premio Nobel de Fisiología y Medicina, “por el descubrimiento de la alta eficiencia del DDT como un veneno de contacto contra muchos artrópodos”.
Un hecho sorprendente, pues era la primera vez que el Premio Nobel de esta especialidad se entregaba a alguien que no era médico de formación. Pero lo cierto es que, en principio, el DDT se mostró muy eficaz en el control de la malaria, fiebre amarilla y muchas otras infecciones causadas por insectos vectores.
Así que no se vio mal la concesión. Por desgracia, su uso indiscriminado y mal manejo tuvieron unas problemáticas consecuencias ecotóxicas.
Una toxicidad problemática
A más de por varios motivos.Uno. Su acción no es selectiva. De modo que cuando se aplica, provoca no sólo la muerte inmediata y masiva del insecto indeseado por maléfico, sino que también hace lo propio con otros, estos deseados por benéficos.
Dos. Tiene una alta capacidad para dispersarse por cualquier medio. Una vez que se aplique es muy difícil evitar que se difunda tanto por un medio terrestre como por uno acuático.
No faltan pruebas de animales (pingüinos y focas) contaminados con DDT en la Antártida y en el Ártico.
Tres. De su potencial, mata a los insectos por contacto afectando su sistema nervioso, ha de saber que su efecto tóxico, luego de ser aplicado, se conserva durante años.
Se estima que un campo tratado con DDT, transcurrido diez (10) años, aún conserva el cincuenta por ciento (50 %) de la cantidad aplicada.
Es un alto y peligroso poder residual. Y a las pruebas me remito. (Continuará)
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