Por ejemplo, en 1985, la llama adquirió un nuevo brillo.
Se construyó una nueva también de cobre, pero en esta ocasión se recubrió con delgadas hojas de oro de veinticuatro (24) quilates. Como sabemos este metal, además de ser inoxidable, tiene un hermoso brillo.
En realidad esta no era la primera vez que la llama era remozada. En 1916 fue revestida con hojas de vidrio de color ámbar. Su mal sellamiento permitió que la lluvia se infiltrara.
También las barras de hierro oxidadas de la armadura fueron sustituidas por otras de acero inoxidable, que no reacciona corrosivamente con el cobre.
Aun así, para minimizar más esta posibilidad de corrosión entre láminas y barras, acero inoxidable y cobre, se separaron con capas protectoras de cinta de teflón encerada.
Incluso para reducir la condensación de la humedad en su interior, la escalera fue remozada con barandillas más anchas y se instaló un elevador con paredes de vidrio.
Además se instalaron, para los que no pueden subir hasta el mirador, circuitos cerrados de televisión que transmiten imágenes del interior de la estatua y que muestran cómo se construyó y restauró.
En fin, la tecnología al servicio del hombre y la estatua.
Más de 125 años la contemplan. Larga vida a la diosa Libertad.
Y poco más tengo que aportarles, desde este negro sobre blanco internáutico, sobre la Estatua de la Libertad. Un monumento más, cargado de significado científico como otros que ya han aparecido en el blog, pero que a diferencia de ellos no nació con fecha de caducidad.
Me refiero entre otros a la Torre Eiffel de Paris y el Atomium de Bruselas, afortunadamente entre nosotros, y que como la Estatua de la Libertad, gozan de una magnífica salud.
Larga vida para todos.
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