(Continuación) En concreto la
reacción química hace que dos electrones
giren en sentidos opuestos, obligándolos a alinearse y a determinar una dirección
fija que, parece ser, ayuda a las aves a encontrar el rumbo hacia el norte o
hacia el sur.
En el curso de estas
investigaciones se descubrió que, incluso, hay bacterias que poseen una especie de cadena constituida por veinte (20)
imanes alineados dentro de sus diminutos cuerpos.
Les hablo de unas partículas magnéticas
con el tamaño de la cincuenta (50) millonésima ava parte de un metro. Para que
se haga una idea, algo 1500 veces más delgado que un cabello humano. O sea.
Y que son las que ayudan a las
bacterias a navegar en sus pequeños charcos.
Cuántos misterios guarda la
Naturaleza.
Desde entonces los científicos también
han hallado partículas magnéticas en moluscos,
mariposas, salmones, delfines, ballenas de barbas, abejas, etcétera.
El estudio de los petirrojos
Pero donde parece haber avanzado
más el estudio sobre los sistemas de orientación de los animales, es en el caso
de los petirrojos.
Para estas aves la ciencia
barajó hasta dos hipótesis. Una que
ubicaba los magnetorreceptores en el
pico. Y otra que hacía lo propio, pero, en los ojos.
La investigación fue realizada,
de forma conjunta, por dos universidades de Alemania y Nueva Zelanda. Y pronto
descartaron la primera de las hipótesis.
Para ello partieron de la
premisa de que los cristales de hierro en el pico, harían de
magnetorresceptores transmitiendo la información al cerebro, a través del nervio trigémino.
Sin embargo, tras cortar esa
conexión, las aves continuaron con su habilidad para la orientación. Es decir,
que no. La brújula de los petirrojos no estaba localizada en el pico.
Entonces abordaron la segunda
opción. Que las partículas estuvieran ubicadas en los centros visuales del ave.
Lo comprobaron. Y, bingo. (Continuará)
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