lunes, 7 de diciembre de 2009

Hildegarda de Bingen (1098-1179)

De noble familia, fue consagrada a Dios entrando en un convento benedictino a los ocho años.

Se puede decir que aprovechó bien el tiempo, pues a los 38 ya era la abadesa y nueve años después fundaba uno muy cerca de Bingen, de donde tomó su nombre.

Lo convirtió en uno de los centros de culto y estudio más importantes de la Europa del siglo XII.

Lo que es admirable teniendo en cuenta los años que corrían y que se trataba de una mujer.

Cerebro y mente
Desde muy joven Hildegarda sufrió de migrañas. Unos frecuentes y dolorosos ataques que solían venir acompañados de unas “auras antológicas”, que le debían hacer ver chiribitas.

Ni que decir que las migrañas son una buena explicación científica, tanto para sus abundantes y conocidas visiones, que por cierto dictaba a dos secretarias mientras las experimentaba, como para los raptos de éxtasis místicos de los que tampoco andaba escasa la beata.

Pero que no le impedían tener una aguda observación de la realidad y una actitud crítica para describirla. Así como gozar de una gran intuición para interpretar lo observado y no estar sobrada de talante escéptico para explicarlo.

Lo que se dice una científica del siglo XXI en pleno siglo XII.

Hildegard von Bingen es, quizás, el caso más llamativo de mujer que destacó en distintas ramas de las ciencias.

Escribió de forma brillante sobre teología, poesía, cosmología, medicina, ciencias naturales y música.

Está considerada como la escritora más prolífica del medioevo.

La Sibila del Rhin
Fue la primera astrónoma que, observando noche y día el cielo, afirmó que el Sol era el centro del sistema planetario

¡Con lo que era Tolomeo y el geocentrismo, por aquel entonces! ¡Y lo que quedaba todavía para Copérnico y el heliocentrismo! Desde luego valor no le faltaba.

Escribió sobre animales, plantas y minerales, un siglo antes que lo hiciera Alberto Magno, y en sus planteamientos hacía prevalecer el valor de las observaciones directas sobre el de las descripciones míticas.

Gran experta en plantas medicinales, era también famosa por sus curas y destreza médica. Por este motivo es probable que años después de su muerte la nombraran patrona de la Naturopatía. No me queda muy claro qué hubiera pensado ella en vida, de semejante honor.

Partidaria de la higiene extrema, la dieta equilibrada y el ejercicio, recomendaba hervir el agua antes de ser ingerida. No es de extrañar que la gente hiciera cola para ser curada por ella. Sin duda una científica. Ya se lo dije antes.

También fue una brillante compositora musical. Su música fue innovadora, pues sus antífonas abarcaban dos octavas, en lugar de una como hacía el canto gregoriano. Innovadora pero muy difícil de interpretar.

No obstante, en la actualidad, con el último auge de la música medieval, algunas composiciones de Hildegard han sido grabadas y tienen una relativa difusión.

Se puede considerar su música como precursora los poetas líricos de la Alemania medieval. O algo así. Que de esto no sé mucho

Dadas sus inusuales cualidades, no es de extrañar que requirieran sus consejos y mantuviera correspondencia asidua con emperadores, reyes, papas y obispos.

Lo que le proporcionó una considerable influencia política y eclesiástica. Y eso a finales del siglo XI y comienzos del XII y siendo mujer. Que se dice pronto.

Para que se hagan un idea, era conocida como la Sibila del Rhin. No les digo más. Pero ya ven. Por esas cosas de la política y la religión, cayó en desgracia. Y sus últimos años los pasó en el ostracismo social e intelectual. La vida te da sorpresas

Beata que no santa
Hildegard, una mujer influyente y longeva también, ya que vivió 81 años. Cuenta la tradición que a la hora de su muerte, aparecieron dos arcos muy brillantes y de colores en el cielo. Una demostración divina, dijeron, de santidad. Tal vez. Eran otros tiempos.

De hecho hubo varias propuestas para canonizarla y, aunque ninguna llegó a buen fin, popularmente se la conoce como santa.

Incluso el papa Juan Pablo II la reconoció como una “mujer santa”. Claro que Juan Pablo II fue un santo hombre. Así que sólo beata.

Pero es que la Bingen era mucha mujer. En una época en la que nadie dudaba de la culpabilidad de Eva, ella se limitó a decir que nuestra primera madre no había cometido falta alguna. Que más bien era una victima. No me digan que no.

Una pobre mujer engañada por Satán que le envidiaba, precisamente, la capacidad para dar vida. Demasiado para la época. Pero no para nuestro personaje.

Hildegarda se expresaba y trataba los considerados “problemas de las mujeres” -entiéndase, menstruación, concepción y parto-, en términos femeninos. Mientras que los hombres lo hacían, claro, en términos masculinos. Lo que no es igual.

Por si fuera poco, hasta se atrevió a ver el acto sexual como una unión que iba más allá de la procreación, dando una detallada descripción de un orgasmo femenino. Lo vio, lo escribió y ...¿lo vivió?

En el hecho de que Hildegarda no haya llegado a santa, es más que probable que tengan que ver su empirismo vital y su visión positiva del sexo. Ochocientos treinta (830) años se cumplen desde que nos dejó.

Un personaje encantador, la beata Hildegard von Bingen.

Miren lo que dejó escrito: “Cuando una mujer hace el amor con un hombre, la sensación de calor en su cerebro que provoca el placer sensual comunica el gusto de aquel placer durante el acto y la prepara para la emisión de la semilla del hombre…”

1 comentario :

Anónima dijo...

Yo quiero ser como esta mujer