jueves, 28 de marzo de 2013

A. EINSTEIN: UNA BIOGRAFÍA. Juventud (y IX)


Fue en un largo artículo, publicado en 1907, en Jahrbuch der Radioaktivitat, donde aparece por primera vez la fórmula más famosa de todos los tiempos, E = m·c2.

En ella está implícita la propia inaccesibilidad de la velocidad de la luz (c) para un cuerpo.

Conforme más rápido se mueva, mayor será su energía cinética (Ec) y, por tanto, su masa (m), lo que implicará una mayor cantidad de energía (E) para aumentar su velocidad.

De manera que, a partir de un determinado valor, cualquier aceleración nueva demandará un aporte energético tan descomunal, que hará inasequible una velocidad superior.

También en la fórmula está implícita toda una revolución energética: ¡un solo grano de cualquier sustancia es un fantástico almacén de energía!

Un, por entonces, extraordinario y esperanzador deseo energético, carente de toda realidad catastrofista y destructora.

Sin embargo, la historia nos dice que no fue exactamente así.

(El verdadero problema está en los corazones y las mentes de los hombres. Es más fácil transmutar el plutonio que cambiar el malvado corazón del hombre).

Desalentadora indiferencia
Durante muchos meses después de su publicación, los trabajos de 1905 pasaron totalmente desapercibidos. Mejor dicho. Más bien fueron ignorados por la comunidad científica. Un silencio académico que terminó desanimando al genio.

Sólo Planck lo defendió desde el principio. Y con él, algunos más, eso sí, muy pocos: M. Laue, M. Born, H. Minksowki, etcétera.

El propio Planck reconocía, a finales de 1907, que los defensores de la relatividad eran sólo “un grupo reducido”. Algo de explicación acerca de esta crítica callada, la aporta Laue en dos de sus afirmaciones.

Una, cuando al visitarlo en la Oficina de Patentes, manifestó la decepción que le produjo el aspecto de Einstein (No podía creer que él fuese el padre de la relatividad).

La otra cuando, ya viejo, reconoció que ¡tardó décadas en dominar todas la implicaciones de la hipótesis relativista!

Con razón el resto de los científicos se negaban a aceptarlo y aceptarla.

El pensamiento más feliz de mi vida
Fue en 1907, estaba sentado en la Oficina de Patentes de Berna cuando, de repente, se le ocurrió la idea: “Si una persona cae libremente no sentirá su propio peso”. Quedó asombrado.

Acababa de intuir su Principio de Equivalencia, fundamental en sus investigaciones (que duraron nueve años) sobre la Teoría de la Gravitación.

Esta idea de Einstein mostraba que la gravedad y la aceleración son equivalentes.

Podía ampliar la relatividad restringida o especial (TRE) de 1905, incluyendo ahora a la gravedad. Nacía una nueva Teoría de la Gravitación que englobaba a la del maestro Newton, la Teoría de la Relatividad General (TRG).

Todo un prodigio gravitatorio.

La penosa senda universitaria
En junio de 1907, optó a una plaza de profesor privado (Privatdozent) en la Universidad de Berna. Debía presentar, junto con la correspondiente solicitud, un trabajo científico no publicado (Habilitationschrift) que él, sin embargo, no presentó.

Le denegaron su solicitud. Natural.

En realidad, no parece que tuviera mucho interés por la plaza pues, no fue hasta primeros de 1908 cuando mandó una nueva solicitud, ésta sí, con el dichoso trabajo. Ahora sí, fue aceptado.

Pero el puesto no era gran cosa, ni en lo académico ni en lo económico, por lo que tuvo que compatibilizarlo con su trabajo en la Oficina. Un doblete laboral que hizo de su horario docente toda una rareza, por lo que la asistencia a sus clases fue escasa, muy escasa.

Durante ese verano de 1908, sus clases de martes y jueves, de 7 a 8 de la mañana, tenían tres (3) alumnos. Todos amigos suyos.

Y en el primer semestre del curso 1908-1909, a sus lecciones de Física, de los miércoles de 6 a 7 de la tarde, asistieron cuatro (4) alumnos. Las del segundo semestre se suspendieron por falta de alumnos. No digo más.

Elocuencia académica.

En lo familiar, al menos en apariencia, la felicidad conyugal rodeaba todavía al matrimonio.

Al borde de un ataque de éxito
Tiene sólo treinta años y ya su fama entre los físicos empieza a ser considerable. Tanto que presentó un trabajo inédito en un congreso en Salzburgo, ¡su primera conferencia!

Poco después, la Universidad de Zurich creó una plaza de profesor asociado en Física Teórica, que se apresura a ofrecerle. Einstein la ocupa en octubre de 1909.

Antes había presentado su dimisión en la Oficina de Patentes de Berna. Por fin.

En julio recibe también su primer galardón honorífico, por la Universidad de Ginebra (en pocos años recibió títulos de más de veinte universidades de todo el mundo).

Era evidente el respeto y palpable el reconocimiento de la comunidad científica hacia su persona y trabajo. Por cierto que Einstein casi no pudo asistir a la ceremonia de Ginebra. Había tirado la invitación.

Le pareció “impersonal y poco interesante” la tarjeta con “la inscripción en latín”.

Qué hombre.

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