Nacida y criada en un hogar alemán de artistas, desde muy
pequeña María Sibylla Merian (1647-1717) se sintió atraída por las
plantas y los insectos, a la vez que se iniciaba en las técnicas del grabado,
el dibujo, la pintura y el aguafuerte. Además ambas aficiones las realizaba con
bastante buen provecho.
Con tan solo trece años ya pintaba plantas, insectos y ranas, a partir de los
ejemplares que capturaba y después criaba. Unas aficiones, captura, crianza y
pintura, todo sea dicho, bastante inusuales en las chicas de su edad por
aquella época.
Casada a los dieciocho años, el nuevo estado civil no fue un inconveniente
para que continuara con sus actividades, y fruto de sus observaciones llegó a
una conclusión científica: las mariposas se desarrollaban a partir de ciertas
orugas.
Una afirmación que estarán conmigo, resulta también bastante inusual,
máxime si tenemos en cuenta que en aquellos tiempos era contraria a la creencia
predominante de la época. Aquella que aseguraba que los insectos eran el
resultado de la “generación espontánea en un lodo en putrefacción”.
Teoría
de la generación espontánea
Una antañona hipótesis biológica, ya era defendida por Aristóteles en el siglo IV a. C., según la cual algunos animales y
plantas pueden surgir de manera espontánea tanto de la materia orgánica, como
de la inorgánica o de una mezcla de ambas.
Una idea que si se piensa no resulta tan descabellada. Basta prestar cierta
atención a algunos procesos naturales, para llegar a ella sin mucha dificultad.
Es lo que ocurre por ejemplo con el fenómeno de la putrefacción y sus sorprendentes
efectos.
Pues bien, mediante el supuesto mecanismo de la generación espontánea se
podía explicar cómo al cabo de un tiempo, aparecían en un trozo de carne
descompuesta desde larvas de mosca, hasta gusanos del fango, pasando por
pequeños organismos acuáticos. En general insectos, gusanos, pequeños ratones,
etcétera.
Así que no es de extrañar que fuese una idea con cierto asentamiento y que
tras el filósofo griego fuese también aceptada por otros pensadores como René Descartes, Francis Bacon o Isaac Newton entre
otros. Al fin y al cabo, si se creía en la creación,
por qué no en la generación espontánea.
Y así fue hasta el siglo XVII, en el que determinados experimentos llevaron
al hombre a la conclusión de que se trataba de una teoría errada, de una
falacia científica.
Unos experimentos tras los que se encuentran hombres conocidos y
reconocidos como Francesco Redi en
el siglo XVII, Lazzaro Spallanzani
en el XVIII y Louis Pasteur en el
XIX por citar algunos. Gracias a ellos sabemos de la ley de la biogénesis, por la que todo ser vivo proviene siempre de
otro ser vivo ya existente.
Sin embargo esto lo sabemos desde tiempos relativamente recientes. Hasta
entonces lo que predominaba era la terrible designación que la Iglesia dio a
esos seres surgidos de la “nada”, algo así como “bestias del diablo”. Ya se
sabe. Tememos todo aquello que desconocemos.
Pero María no era así. Ella sabía
que a pesar de lo que decía la iglesia, el diablo en este asunto tenía poco que
ver. Sencillamente no era cierto y se propuso demostrarlo. Fue una especie de
sueño que se empeñó en hacerlo realidad.
De modo que, como primer paso, estudió no solo la metamorfosis, los
detalles de la crisálida, sino también las plantas de las cuales se alimentaban
las orugas. Vamos lo que se dice el ciclo completo de sus vidas. Y todo lo
dibujó en su libreta de bocetos.
Y siguió dando pasos en pos de su sueño. Empezaba a formarse una nueva
María que quería más. (Continuará)
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