jueves, 19 de marzo de 2015

¿Funciona la magia? ¿Hay personas gafes?


¿Que cómo demostrar que la magia resulta de alguna utilidad? Pues muy fácil les decía, poniéndola a prueba.

Y una simple búsqueda de la misma nos dice que todos los estudios, independientes y científicos, realizados para demostrar que existe una relación causal entre elementos, sotéricos y de mal fario, y la producción de buena o mala suerte han fracasado.

No ha sido posible establecer una correlación entre estas dos series de sucesos. No se ha podido porque, sencillamente, son independientes entre sí.

No. La magia no funciona. O bien es un truco, o es una ilusión, o es una farsa con o sin ánimo de lucro.

El antropólogo escocés James Frazer (1854-1941), en la primera publicación su obra La rama dorada de 1890, ya sentencia: “...la magia es un sistema espurio de leyes naturales, así como una guía errónea de conducta; es una ciencia falsa y un arte abortado”.

No. La magia no es ni ciencia ni arte auténtico. Esa es la verdad y lo malo para algunos. Lo peor es que no tiene remedio.

Y de un asunto a otro, sin solución de continuidad, ¿existen personas gafes?

¿Hay personas gafes?
En mi opinión, no. No lo creo. Es más, estoy convencido de que no existen estas personas.

Sin embargo, en esta vida, ("hay gente pa tó") también hay quien cree que existen personas que traen mala suerte. Seres que a su paso atraen desventuras, generan desgracias, siembran catástrofes o desatan hecatombes.

Pero eso sí. Siempre con una peculiaridad.

Todo este cúmulo de accidentes lo sufren sus familiares, sus amigos, sus compañeros. Y ocurren en aquellos lugares donde se ha detectado su presencia, ya sea ésta próxima o lejana, recuerden este detalle.

Pero, ¡ojo!, a él no le afectan. Vamos que no le tocan ni un pelo. Eso es lo singular del gafe.

El muy jodido lleva la mala suerte consigo, pero no para sí. Él la lleva, pero para los demás. Ésta es una característica de los gafes y de su condición, llamémosla gafismo.

Y por supuesto que existen gafes conocidos en todos los campos de la actividad humana y, ni que decir tengo, que la gente sabedora evita, incluso, pronunciar su nombre.

Hasta donde he podido constatar, no hay profesión, partido político, club social o equipo deportivo, que no tenga sus propios gafes. Sus gafes particulares.

Y ni que decirles tengo que tampoco, en el campo de la ciencia, faltan. De hecho hace años les enroqué uno. El físico teórico austríaco Wolfgang Pauli (1900-1958), uno de los fundadores de la Física Cuántica.

Un extraordinario físico teórico galardonado con el Premio Nobel en Física de 1945, así que estamos de aniversario nobelero, del que en los mentideros de los laboratorios se decía que era gafe. Por cierto, ¿qué es un gafe?

Acerca del término gafe
Según el DRAE, gafe es aquella persona que trae o tiene mala suerte. Y parece ser que la palabra guarda relación con gafo, forma que ya recoge Sebastián de Covarrubias (1539-1613) en su Tesoro de la Lengua Castellana (1611).

Un término, éste de gafo, probablemente de origen árabe, que se usaba para definir a quienes padecían la enfermedad denominada gafedad, más comúnmente conocida como lepra.

Una dolencia que, al ser contagiosa, espantaba a cualquiera que se encontrara cerca de uno de los enfermos que la sufrían. Más o menos la misma razón por la que hay que alejarse de los gafes de hoy.

Unos aguafiestas que generan un desastre cada vez que participan en algo.

Sí, un gafe es una persona con mala sombra, vamos, un cenizo.

Lo mismo que dicen de los gatos, y en particular de los gatos negros, o bien dicho de los gatos de color, no vaya a ser que me esté leyendo una víctima de la Logse logsera.



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