jueves, 27 de mayo de 2010

¿Es verdad que crece la nariz cuando se miente?

Si nos tenemos que fiar de los cuentos, de lo que le pasaba a Pinocho, el muñeco de madera del carpintero Gepeto, va a ser que sí.
Todos sabemos que su nariz crecía cada vez que decía una mentira.

Pero también sabemos que sólo es un cuento. Y que en la vida real no es así. Lo que es correcto.

Pero no por ello significa, que no haya una relación entre las mentiras que decimos y nuestra nariz.

No es que crezca cuando mentimos, no. No es eso. Pero sí lo es que se hincha. Es conocido como el efecto Pinocho.

¿Qué es el efecto Pinocho?
Diversas investigaciones estadounidenses parecen confirmar que, al mentir, segregamos unas sustancias químicas llamadas catecolaminas, que provocan la inflamación de los tejidos internos de la nariz.

Una hinchazón que hace que aumente el ritmo de nuestra respiración, lata más deprisa el corazón y se eleve la presión sanguínea.

Un conjunto de reacciones fisiológicas que termina generando un picor en nuestro apéndice nasal y que provoca que nos la frotemos para calmarlo.

Se trata de un síntoma que los psicólogos tienen muy en cuenta, a la hora de juzgar si un individuo miente o no. De hecho, para muchos de ellos, es más revelador, incluso, que la propia respuesta.

Y entre éstos están los médicos que analizaron el vídeo del interrogatorio de Bill Clinton, acerca de su relación con la becaria Mónica Lewinsky. Seguro que lo recuerdan. Un asunto con felatio de por medio.

Pues bien. Para estos expertos, el hecho de que el presidente se frotara la nariz cada cuatro minutos, sin estar resfriado, era mucho más que un síntoma. Era toda una declaración de culpabilidad.

Clinton mentía cuando decía que no había mantenido relaciones sexuales con ella.

Más allá del efecto Pinocho
Pero el efecto Pinocho va más allá. Según se desprende de ciertos estudios, la nariz no es lo único que se hincha al mentir.

Al parecer también lo hace el pene. Sí, el pene. Una afirmación curiosa a la vez que delicada. Si le tengo que ser sincero, no la tengo yo muy clara.

Y no la tengo porque, para empezar, lo que sabemos de Pinocho no nos sirve en este caso. Por razones obvias, a él sólo le podía crecer la nariz.

Y de salida porque, para empezar, del sexo oral en el despacho oval lo cierto es que ignoramos los detalles. Y para acabar porque a Clinton, en pantalla, sólo se le veía de cintura para arriba.

De modo que habrá que esperar a tener más pruebas para definirse, por lo que lo dejo aquí.

Y es que, para más inri, y si quieren saber mi opinión, no estoy muy seguro de lo que les he contado.

Quizás porque mi héroe literario, teatral, cinematográfico y operístico, Cyranno de Bergerac, gozaba como es bien sabido de una gran napia.

Y él nunca mentía. No podía. Era un hombre valiente y enamorado.  Además es mi héroe narigudo. No. El no mentía.

Era un hombre a una nariz pegado.
Era una nariz superlativa.
Era una nariz sayón y escriba.
Era un peje espada muy barbado.

Ni que decirles tengo que el soneto es de Francisco de Quevedo, escritor español del Siglo de Oro (1580-1654). Otro día les hablo de mi héroe narigudo y gabacho. (Continuará)

1 comentario :

Una seguidora del blog dijo...

Me ha gustado todo de esta entrada. la ciencia y la poesía. espero que escriba pronto lo de Bergerac