martes, 25 de mayo de 2010

Aspasia de Mileto (469-406 a.C.)

En la Grecia Clásica, a diferencia del antiguo Egipto, la práctica femenina de la medicina no siempre estuvo aceptada y permitida.

De hecho, durante bastante tiempo, en la antigua Atenas una ley prohibía a la mujer el acceso a cualquier tipo de estudio científico; incluida la medicina y, paradójicamente, la obstetricia. Ya ven.

Esta prohibición, bajo pena de muerte, hizo que disminuyera de forma drástica la presencia femenina en la vida cultural y científica.

Normal que disminuyera, pero no tanto el que se anulara.

Sin embargo, en esa época vivían en Atenas las hetairas. Para que me entiendan, unas cortesanas reputadas. Mujeres no atenienses y por tanto, al no tener la ciudadanía, no sujetas a sus leyes.


Una circunstancia que les permitía estudiar artes, filosofía, política, ciencias, etcétera. Todo lo que quisieran. Como si fueran un hombre. Igual.

Consecuencia de este particular status, eran mujeres cultivadas e inteligentes que tenían derechos de propiedad y participaban en todo tipo de debates. Con, y como, los hombres.

Primera salonista
Pues a esta clase de mujer perteneció Aspasia de Mileto, primero hetaira del gran Pericles y, después, su segunda esposa.

Pronto su hogar fue el centro de la vida intelectual griega, convirtiéndose ella en, quizás, la primera “salonista” de la historia.

Conocido es de todos la influencia que esta mujer, por su inteligencia, educación y lucidez, tuvo sobre Pericles, el instaurador de la democracia en Atenas.

Profesora de Retórica y experta curandera, Aspasía presidía un salón filosófico, político y literario al que acudían Sócrates y Anaxágoras.

Tanto Sócrates como su discípulo Platón, siempre abogaron por la educación de la mujer. Buena prueba de ello es este texto que paso a leerles de ‘La república’ de Platón, dice así:

“Si encontráramos que la naturaleza del hombre difiere de la mujer en relación a ciertas artes y oficios, deberíamos inferir que tales oficios y artes no deben ser comunes a los dos sexos.

Pero si entre ellos no hay otra diferencia que la de que el varón engendra y la mujer pare, no por esto podemos considerar como cosa demostrada, que la mujer difiere del hombre en el tipo de educación que debe recibir”.

Por desgracia, esta forma platónica de pensar no la continuó su discípulo Aristóteles, de gran influencia en la civilización judeo-cristiana.

De ahí lo de desgracia.

Este hombre consideraba a la mujer como un ser inherentemente inferior.

Y eso que su mujer, Phytias, fue una eminente zoóloga que colaboró activamente con él en sus investigaciones biológicas.

Ya ven. Curioso Aristóteles. Otro día les hablo de este hombre.

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