domingo, 16 de agosto de 2009

Un lugar de nombre Trinidad

(Continuación) De las dos bombas, la de U-235 no necesitaba ser probada. Se sabía que funcionaría ya que la forma de hacerla explotar conocido como “método de disparo”.

Era simple y estaba basado en conceptos familiares de artillería; su único inconveniente era la considerable cantidad de explosivo nuclear que necesitaba.

Pero la de Pu-239 era preciso probarla antes de ser empleada. No todos estaban convencidos de que funcionaría.

Entre ellos el almirante William Leahy que ese mismo año de 1945 manifestaba: “Es la locura más grande jamás realizada. La bomba nunca explotará y hablo como un experto en explosivos”.

Ni se imaginaba lo lejos que estaba de la realidad.

Lo cierto es que para la bomba de Pu-239 el método del disparo no era útil. Era preciso por tanto probar con una idea nueva: la de la implosión. Era la única posibilidad de lograrlo, pero era un método demasiado complejo para no ser probado antes.

Por eso el presidente H. S. Truman, sucesor de Roosevelt, asesorado por R. Oppenheimer, desde entonces conocido como el padre de la bomba nuclear, autorizó una única prueba.

Se buscó un lugar aislado y deshabitado, aunque próximo a Los Álamos, al que Oppenheimer con ese peculiar estilo suyo bautizó Trinidad, al recordarle un soneto de John Donne, el metafísico poeta inglés.

Tras varios aplazamientos la prueba tuvo lugar el lunes 16 de julio de 1945 a las 5:30 h local. Mientras se producía la cuenta atrás, por los altavoces del campo se oía también “Serenata para cuerdas” de Thaikovsky, quizás el más dotado y cosmopolita de los compositores rusos del siglo XIX.

Trinidad fue un éxito. La explosión vino acompañada, primero, de una luz resplandeciente y abrasadora. Después, de un remolino de colores dorados, violetas y púrpuras, mientras una bola de fuego naranja subía hacia el oscuro cielo. Y por último de un aturdidor ruido, seguido de un constante retumbar de truenos.

Oppenheimer manifestó con posterioridad que casi todos los presentes permanecieron en silencio. Sólo unos pocos rieron nerviosamente y algunos otros gritaron.

Por su mente dice que pasó un pasaje del poema épico hindú Bhagavad-Gita, aquél en el que Krishna intenta persuadir al príncipe guerrero Arjuna para que no cumpla con su deber: “Me he convertido en la muerte, la destructora de mundos”.

Unas palabras proféticas pues en eso, en un destructor de mundo, es en lo que se convirtió El Flaco.






1 comentario :

antonio páez dijo...

¿qué es eso del flaco?

muy interesante lo que escribe