Los pasados 6 y 9 de agosto se cumplían 64 años de los bombardeos nucleares sobre Hirosima y Nagasaki por parte de los EEUU. Unos ataques que precipitaban en cuestión de días el final de la SGM.
Fue la exitosa culminación de lo que se conoció como Proyecto Manhattan.
La puesta en práctica de una teoría científica sobre una nueva capacidad energética del átomo y que, paradójicamente, había empezado 12 años antes, con un pensamiento acerca de la misma muy diferente.
Porque era una idea compartida por la gran mayoría de científicos de los años 30, que no se podía obtener energía de los átomos.
El propio E. Rutherford, quién lo diría, encabezaba esta corriente de pensamiento cuando bromeaba sobre ella, en setiembre de 1933, al manifestar: “Cualquiera que espere una fuente de energía de la transmutación de átomos, está diciendo sandeces”.
Incluso el reconocido físico A. Einstein, a finales de 1934, expresaba en el diario Pittburg Post Gazette su opinión acerca de lo infructuoso que resultarían los intentos por obtener energía atómica (en puridad el adjetivo, científicamente correcto, es nuclear). Toda una paradoja a tenor de lo que vino después.
Sin embargo no pasó mucho tiempo para que todos cambiaran de opinión y bastante. Lo suficiente como para que, en agosto de 1939, L. Szilard acompañado de E. Wigner y de E. Teller fueran a visitar a A. Einstein.
Le llevaban una carta que pensaban mandar al presidente F. D. Roosevelt, y en la que le planteaban lo factible de un proyecto para construir un artefacto nuclear explosivo. La misma carta a cuyo pie Einstein estampilló su prestigiosa firma.
No era la primera vez que alertaban al gobierno de los EEUU sobre los potenciales peligros de la energía nuclear en manos del enemigo, pero éste no les había prestado atención.
En esta ocasión, quizás por la participación de Einstein, parece que sí se lo tomaron más en serio, pero sin prisa.
Irónicamente el impulso definitivo para el desarrollo de la bomba nuclear no llegó hasta dos años después.
En concreto el 6 de diciembre de 1941. Ya es fatalidad, justo el día anterior al ataque japonés a Pearl Harbour.
Pero en realidad, el proyecto nuclear no se puso en marcha hasta finales de 1942, en Los Álamos, Nuevo Méjico, al sur de las Montañas Rocosas, bajo el nombre de Proyecto Manhattan. Estaba codirigido por el general L. R. Groves y por el brillante científico R. Oppenheimer.
Su misión era la de construir una bomba de fisión nuclear, aunque al final resultaron ser dos.
Sabemos que determinadas sustancias pueden experimentar en los núcleos de sus átomos unas reacciones denominadas por ello nucleares.
Unas reacciones que les hacen dividirse (fisión nuclear), transmutándose en otros átomos y liberando una ingente cantidad de energía, no conocida hasta ese momento por el hombre.
Además estas reacciones nucleares tienen la peculiaridad de que, una vez iniciadas, pueden continuar solas.
Es lo que se conoce como mecanismo de reacción en cadena, aunque para que eso suceda es necesario partir de una cantidad de sustancia inicial mínima, llamada masa crítica, por debajo de la cual la reacción no se produce. Una cantidad que es distinta para cada sustancia.
Se empezó trabajando con dos isótopos radiactivos a la vez, el plutonio-239 (Pu-239) y el uranio-235 (U-235). El motivo era porque no se sabía si funcionarían. Aunque al final hubo suerte.
Los dos sirvieron y se emplearon como material para dos tipos de bombas que, paradojas de la vida, estuvieron a punto de no ser utilizadas cuando, en mayo de 1945, Alemania se rindió.
Y es que, ante este hecho, muchos de los científicos del Proyecto Manhattan consideraron innecesario el uso de las armas que habían desarrollado.
Unas armas en las que se habían invertido tres años de investigaciones y pruebas y dos mil millones de dólares de los de la época. Su propuesta no prosperó. (Continuará)
Fue la exitosa culminación de lo que se conoció como Proyecto Manhattan.
La puesta en práctica de una teoría científica sobre una nueva capacidad energética del átomo y que, paradójicamente, había empezado 12 años antes, con un pensamiento acerca de la misma muy diferente.
Porque era una idea compartida por la gran mayoría de científicos de los años 30, que no se podía obtener energía de los átomos.
El propio E. Rutherford, quién lo diría, encabezaba esta corriente de pensamiento cuando bromeaba sobre ella, en setiembre de 1933, al manifestar: “Cualquiera que espere una fuente de energía de la transmutación de átomos, está diciendo sandeces”.
Incluso el reconocido físico A. Einstein, a finales de 1934, expresaba en el diario Pittburg Post Gazette su opinión acerca de lo infructuoso que resultarían los intentos por obtener energía atómica (en puridad el adjetivo, científicamente correcto, es nuclear). Toda una paradoja a tenor de lo que vino después.
Sin embargo no pasó mucho tiempo para que todos cambiaran de opinión y bastante. Lo suficiente como para que, en agosto de 1939, L. Szilard acompañado de E. Wigner y de E. Teller fueran a visitar a A. Einstein.
Le llevaban una carta que pensaban mandar al presidente F. D. Roosevelt, y en la que le planteaban lo factible de un proyecto para construir un artefacto nuclear explosivo. La misma carta a cuyo pie Einstein estampilló su prestigiosa firma.
No era la primera vez que alertaban al gobierno de los EEUU sobre los potenciales peligros de la energía nuclear en manos del enemigo, pero éste no les había prestado atención.
En esta ocasión, quizás por la participación de Einstein, parece que sí se lo tomaron más en serio, pero sin prisa.
Irónicamente el impulso definitivo para el desarrollo de la bomba nuclear no llegó hasta dos años después.
En concreto el 6 de diciembre de 1941. Ya es fatalidad, justo el día anterior al ataque japonés a Pearl Harbour.
Pero en realidad, el proyecto nuclear no se puso en marcha hasta finales de 1942, en Los Álamos, Nuevo Méjico, al sur de las Montañas Rocosas, bajo el nombre de Proyecto Manhattan. Estaba codirigido por el general L. R. Groves y por el brillante científico R. Oppenheimer.
Su misión era la de construir una bomba de fisión nuclear, aunque al final resultaron ser dos.
Hasta dos bombas de fisión nuclear
De alguna forma, el principio básico de una bomba nuclear es simple.Sabemos que determinadas sustancias pueden experimentar en los núcleos de sus átomos unas reacciones denominadas por ello nucleares.
Unas reacciones que les hacen dividirse (fisión nuclear), transmutándose en otros átomos y liberando una ingente cantidad de energía, no conocida hasta ese momento por el hombre.
Además estas reacciones nucleares tienen la peculiaridad de que, una vez iniciadas, pueden continuar solas.
Es lo que se conoce como mecanismo de reacción en cadena, aunque para que eso suceda es necesario partir de una cantidad de sustancia inicial mínima, llamada masa crítica, por debajo de la cual la reacción no se produce. Una cantidad que es distinta para cada sustancia.
Se empezó trabajando con dos isótopos radiactivos a la vez, el plutonio-239 (Pu-239) y el uranio-235 (U-235). El motivo era porque no se sabía si funcionarían. Aunque al final hubo suerte.
Los dos sirvieron y se emplearon como material para dos tipos de bombas que, paradojas de la vida, estuvieron a punto de no ser utilizadas cuando, en mayo de 1945, Alemania se rindió.
Y es que, ante este hecho, muchos de los científicos del Proyecto Manhattan consideraron innecesario el uso de las armas que habían desarrollado.
Unas armas en las que se habían invertido tres años de investigaciones y pruebas y dos mil millones de dólares de los de la época. Su propuesta no prosperó. (Continuará)
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