El 12 de febrero del Año del Señor de 1809 nacía en la ciudad inglesa de Shrewsbury el quinto de los seis hijos que tuvo el matrimonio Darwin. Le pusieron de nombre Charles, Charles Darwin.
Hijo y nieto de médicos distinguidos, su infancia y adolescencia pareció discurrir de manera feliz. Amaba a los perros, le gustaba pasear por los bosques y sentía por casi todo una curiosidad sin límite.
De hecho, desde muy pequeño, ayudaba a uno de sus hermanos en los experimentos químicos que éste realizaba, en un pequeño laboratorio que se había construido al final del cobertizo. De esos tiempos le viene el apodo de 'Gas'.
En definitiva un niño normal, al que no le gustaba mucho la escuela y cuyas andanzas, en absoluto, hacían presagiar en lo que se convertiría con el paso del tiempo. Nada menos que en el refundador de la Biología.
Él mismo en su Autobiografía escribió: “cuando salí de la escuela, no era ni muy brillante ni muy torpe para mi edad; creo que mis maestros y mi padre me consideraban un muchacho normal, quizá por debajo del nivel intelectual medio”.
Lo malo era que al futuro médico no le atraía demasiado la medicina.
Y lo cierto es que no le dio un palo al agua médica. Él prefería salir a cazar, beber, jugar a las cartas, escuchar música, Mozart y Beethoven, practicar el tiro. En fin.
Aunque también le gustaban la geología, la zoología, la taxidermia, y leer a Shakespeare, Byron o Walter Scott. O sea que de todo un poco, como en botica.
Casi tres años pasaron antes de que su padre supiera, y por boca de sus hermanas, que el niño nunca sería médico. Un disgusto y motivo por el que lo mandó a estudiar, ahora teología, al Christ’s College de Cambridge, en 1828.
Si no era médico sería clérigo, debió pensar el buen hombre. Lejos estaba de imaginar que tampoco en esto acertaría. En Cambridge fue más de lo mismo. Otros tres años “perdidos” desde el punto de vista universitario.
Perdidos pero sólo universitariamente y por las mañanas, que es cuando se daban las clases. Y es que es e esta época, cuando arranca su pasión por las ciencias naturales. Durante esos años, por las tardes, aprendió botánica, entomología, química, mineralogía y zoología de la mano de su mentor en el College, el profesor J. S. Henslow. Sus compañeros de estudios en la universidad lo conocían como: “el hombre que pasea con Henslow”.
Como el mismo Charles confesó: “durante los tres años que pasé en Cambridge, desde el punto de vista de mis estudios académicos, perdí el tiempo tan lamentablemente como en Edimburgo y en la escuela”.
No es de extrañar que en 1831, cuando Darwin tenía 22 años y ninguna carrera acabada, su padre le reprendiera con estas palabras: “No te importa otra cosa que no sea la caza, los perros y matar ratas. Vas a ser una desgracia para ti y para toda tu familia”.
Unas duras palabras que sin duda habríamos dicho cualquier padre, a la vista de la deriva de un hijo. Pero a veces los padres perdemos alguna que otra ocasión de callarnos. Por algo los gitanos dicen que no quieren buenos comienzos para sus hijos. Saben que la carrera de la vida es larga y que da tiempo para muchas cosas. Eso sí. Cuando se vale, se quiere y se puede. Como fue el caso del joven Darwin.
Por el contrario, la opinión que él tuvo de su padre era bien diferente. Durante toda su vida Darwin siempre dijo de él que era “el hombre más sabio que había conocido”. Y lo decía con orgullo de hijo. Unas palabras que le honran como hijo y persona.
De la importancia científica que tuvieron los trabajos de Darwin, nos habla la historia de la ciencia y del pensamiento. Después de él ya no volverían a ser las mismas. Su teoría de la evolución por selección natural puso patas arriba los cimientos científicos, el pensamiento social y las creencias religiosas. Demasiadas velas para moverlas todas a la vez. Así se formó la que se formó.
Un trabajo que se empezó a fraguar en su tiempo “perdido” con Henslow. Pero que necesitó del desencadenante de una expedición científica alrededor del mundo que duró, nada menos que, cinco años. Una aventura que descubrió, ¡ay es nada!, el origen de la vida.
Con su teoría de la evolución, Darwin obligó a cambiar, de forma radical, la mirada con la que el hombre había observado hasta entonces el mundo. Algo parecido a lo que ocurrió con otros conocidos e influyentes científicos como Galileo, Newton o Einstein.
¡Ah! Se me olvidaba. Dos siglos nos separan del nacimiento de este prometedor Darwin. Pues también de la publicación de Filosofía zoológica del naturalista Lamarck, que es de 1809. Es decir que la red de la evolución ya se estaba tejiendo para entonces. Aunque algunos creacionistas se empeñen en lo contrario, todo tiene un comienzo evolutivo. (Continuará)
Hijo y nieto de médicos distinguidos, su infancia y adolescencia pareció discurrir de manera feliz. Amaba a los perros, le gustaba pasear por los bosques y sentía por casi todo una curiosidad sin límite.
De hecho, desde muy pequeño, ayudaba a uno de sus hermanos en los experimentos químicos que éste realizaba, en un pequeño laboratorio que se había construido al final del cobertizo. De esos tiempos le viene el apodo de 'Gas'.
En definitiva un niño normal, al que no le gustaba mucho la escuela y cuyas andanzas, en absoluto, hacían presagiar en lo que se convertiría con el paso del tiempo. Nada menos que en el refundador de la Biología.
Él mismo en su Autobiografía escribió: “cuando salí de la escuela, no era ni muy brillante ni muy torpe para mi edad; creo que mis maestros y mi padre me consideraban un muchacho normal, quizá por debajo del nivel intelectual medio”.
De médico a clérigo
Como es lógico, siguiendo la tradición familiar papá Robert en el otoño de 1825 le mandó a estudiar medicina a Edimburgo. El joven Charles sería médico también.Lo malo era que al futuro médico no le atraía demasiado la medicina.
Y lo cierto es que no le dio un palo al agua médica. Él prefería salir a cazar, beber, jugar a las cartas, escuchar música, Mozart y Beethoven, practicar el tiro. En fin.
Aunque también le gustaban la geología, la zoología, la taxidermia, y leer a Shakespeare, Byron o Walter Scott. O sea que de todo un poco, como en botica.
Casi tres años pasaron antes de que su padre supiera, y por boca de sus hermanas, que el niño nunca sería médico. Un disgusto y motivo por el que lo mandó a estudiar, ahora teología, al Christ’s College de Cambridge, en 1828.
Si no era médico sería clérigo, debió pensar el buen hombre. Lejos estaba de imaginar que tampoco en esto acertaría. En Cambridge fue más de lo mismo. Otros tres años “perdidos” desde el punto de vista universitario.
Los paseos con Henslow
Perdidos pero sólo universitariamente y por las mañanas, que es cuando se daban las clases. Y es que es e esta época, cuando arranca su pasión por las ciencias naturales. Durante esos años, por las tardes, aprendió botánica, entomología, química, mineralogía y zoología de la mano de su mentor en el College, el profesor J. S. Henslow. Sus compañeros de estudios en la universidad lo conocían como: “el hombre que pasea con Henslow”.
Como el mismo Charles confesó: “durante los tres años que pasé en Cambridge, desde el punto de vista de mis estudios académicos, perdí el tiempo tan lamentablemente como en Edimburgo y en la escuela”.
No es de extrañar que en 1831, cuando Darwin tenía 22 años y ninguna carrera acabada, su padre le reprendiera con estas palabras: “No te importa otra cosa que no sea la caza, los perros y matar ratas. Vas a ser una desgracia para ti y para toda tu familia”.
Acerca de los comienzos
Unas duras palabras que sin duda habríamos dicho cualquier padre, a la vista de la deriva de un hijo. Pero a veces los padres perdemos alguna que otra ocasión de callarnos. Por algo los gitanos dicen que no quieren buenos comienzos para sus hijos. Saben que la carrera de la vida es larga y que da tiempo para muchas cosas. Eso sí. Cuando se vale, se quiere y se puede. Como fue el caso del joven Darwin.
Por el contrario, la opinión que él tuvo de su padre era bien diferente. Durante toda su vida Darwin siempre dijo de él que era “el hombre más sabio que había conocido”. Y lo decía con orgullo de hijo. Unas palabras que le honran como hijo y persona.
De la importancia científica que tuvieron los trabajos de Darwin, nos habla la historia de la ciencia y del pensamiento. Después de él ya no volverían a ser las mismas. Su teoría de la evolución por selección natural puso patas arriba los cimientos científicos, el pensamiento social y las creencias religiosas. Demasiadas velas para moverlas todas a la vez. Así se formó la que se formó.
Un trabajo que se empezó a fraguar en su tiempo “perdido” con Henslow. Pero que necesitó del desencadenante de una expedición científica alrededor del mundo que duró, nada menos que, cinco años. Una aventura que descubrió, ¡ay es nada!, el origen de la vida.
Con su teoría de la evolución, Darwin obligó a cambiar, de forma radical, la mirada con la que el hombre había observado hasta entonces el mundo. Algo parecido a lo que ocurrió con otros conocidos e influyentes científicos como Galileo, Newton o Einstein.
¡Ah! Se me olvidaba. Dos siglos nos separan del nacimiento de este prometedor Darwin. Pues también de la publicación de Filosofía zoológica del naturalista Lamarck, que es de 1809. Es decir que la red de la evolución ya se estaba tejiendo para entonces. Aunque algunos creacionistas se empeñen en lo contrario, todo tiene un comienzo evolutivo. (Continuará)
3 comentarios :
Que apodos le pusieron a Charles eso quiero saber no que aquí encuentras todo
Filosofo
¿Qué filosofas?
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