domingo, 19 de julio de 2009

Los comienzos del correo electrónico

Todo empezó hacía 1967, cuando el ingeniero Raymond S. Tomlinson era empleado de una empresa, que trabajaba para el departamento de Defensa de los EEUU y que había ganado un contrato para crear la primera infraestructura de la Red de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPANET), del Departamento de Defensa de EE.UU.

Fue la primera red creada por el Gobierno de EEUU, para responder a los posibles avances de los soviéticos y sus investigaciones espaciales y que terminaría convirtiéndose en la actual Internet. Al poco tiempo, a “Ray” le fue encargada la creación de un sistema que permitiera comunicar entre sí a los investigadores.

Fue una tarea que, a la vista de los resultados, no parece que le llevara demasiado tiempo. Él, a escondida de su jefe, ya trabajaba en dos proyectos independientes que al unirlos conducirían a lo que hoy tenemos. La posibilidad de enviar y recibir mensajes entre diferentes ordenadores a través de una red de ellos: Internet.

Modesto e ingenuo
En este asunto resulta curioso un hecho. La importancia y el mérito de este invento fue, desde el primer momento, reconocida y premiada por todo el mundo, menos por el propio inventor. No hace mucho volvía a quitarse importancia, declarando que consideraba el correo electrónico “como un paso previsible en la informática y no como un invento genial”. Algunos lo llaman modestia.

Añadía que -lo que él llama su bebé- en realidad era “algo no muy grande. Tenía sólo 200 líneas de código” y que lo inventó como el que ve llover, “simplemente sucedió”. Para este tipo de respuesta conviene recordar la frase del gran científico francés Louis Pasteur: “En los campos de la observación, el azar favorece sólo a la mente preparada”.

Una frase que no es más que un explícito reconocimiento a la diferencia entre un accidente y un descubrimiento accidental. Y de cómo aquél, no disminuye el mérito y crédito de éste.

Un último rasgo de la personalidad de nuestro personaje nos la da un compañero de trabajo. Cuenta que cuando tuvo su invento preparado, lo primero que le dijo fue: “No se lo digas a nadie. ¡Esto no es en lo que, teóricamente, hemos estado trabajando todo este tiempo!".

Un claro ejemplo de ingenuidad profesional, a la vista de lo que vemos que sucede a diario y, sobre todo, de la importancia del invento.

Bueno pero, ¿cuándo se mandó el primer correo? ¿A quién? ¿Qué decía? En lo que respecta a estas preguntas, he de decirles que sus respuestas no parecen estar claras del todo. Lo llamaremos los claroscuros emilienses.

1 comentario :

javier diaz dijo...

¿Qué son los claroscuros emilienses?