domingo, 15 de marzo de 2009

¿Qué tienen que ver la FEA y el chocolate?

El papel que la FEA, FenilEtilAmina, juega en el juego del amor se descubrió por casualidad cuando, realizando un estudio con pacientes aquejados "de mal de amor", una depresión psíquica causada por una desilusión amorosa, se observó la compulsiva tendencia de estas personas a devorar grandes cantidades de chocolate.

Como sabemos se trata de un alimento especialmente rico en, precisamente, feniletilamina. Qué curioso. El amor y la pasión por el chocolate unidos por la FEA.

Dedujeron que su adicción debía ser una especie de automedicación para combatir el síndrome de abstinencia causado por la falta de esa sustancia. Según su hipótesis el, por ellos llamado, centro de placer del cerebro, cuando se enamora comienza a producir feniletilamina a gran escala. Así es como perdemos la cabeza, vemos el mundo de color de rosa y nos sentimos flotando.

Es decir las anfetaminas naturales, nos ponen a cien. Curiosamente, el 50% de las mujeres entrevistadas para el libro Por qué necesitan las mujeres del chocolate confesó que elegiría el chocolate antes que el sexo. Hay quienes al chocolate lo llaman el Prozac vegetal.

En fin. Un mal adversario para los hombres, esta adicción chocolatera. Por decirlo de forma breve, lo que la ciencia puede decir sobre el amor se resume en cuatro palabras: “adicción a una persona”. Desde el punto de vista biológico el amor es una adicción más.

Y es que el amor activa las mismas moléculas que algunas drogas. Como lo leen. En muchas personas, cuando toman drogas, se activan las mismas moléculas que cuando se enamoran.

El amor es ciego
Una adicción que es también ceguera. Sí. El amor es ciego. Se ha demostrado que cuando estamos enamorados, un área del cerebro se desactiva. No opera. Por eso no vemos lo que no queremos ver. Sobre todo esos aspectos que no nos gustan de nuestro amado.

Al parecer es una parte de la amígdala cerebral desactivada por la dopamina, la que nos impide ver sus defectos. También es la que nos induce a enamorarnos. A pesar de todo. Incluso, independientemente de nuestra pareja.

Seamos o no correspondidos, esta área cerebral afectada por la dopamina no nos deja verlo. Esto explicaría por qué algunas personas siguen enamoradas a pesar de haber sido rechazadas.

Es la dopamina, que también se relaciona con el miedo, la que nos induce al amor romántico cuando, a lo mejor, en lo único en lo que estábamos era en el sexo. Así que ¡ojo!, no se acueste con la persona de la cual no quiera enamorarse. La dopamina puede jugarle una mala pasada.

Lamentablemente el período de enamoramiento no es eterno, dura de 2 a 3 años, incluso a veces más, pero al final la atracción bioquímica decae. Y es que, con el tiempo, el organismo se va haciendo resistente a los efectos de estas sustancias.

Ese estado de "imbecilidad transitoria", en palabras de Ortega y Gasset, no se puede mantener bioquímicamente por mucho tiempo. La pareja, entonces, se encuentra ante una dicotomía: separarse o habituarse a manifestaciones más tibias de amor: compañerismo, afecto y tolerancia.

Tercera etapa o la del vínculo
Es la última fase. Si la relación continúa, aparece esa “ligazón” que mantiene a la pareja unida. En este momento son importantes dos nuevas hormonas: la vasopresina y la oxitocina.

Esta última, además de liberarse en el parto y consolidar la unión madre-hijo, se libera en los orgasmos y se cree que promueve establecer lazos afectivos cuando intimamos: cuanto más sexo haya, más fuerte será la unión. Dicen que es la auténtica molécula del amor.

En definitiva el amor es química y algo de amistad. O mejor dicho. El amor es una amistad con momentos eróticos. Y lo disparan las hormonas. Ellas definen el calendario amatorio: la testosterona iniciando el deseo y la oxitocina manteniendo la fidelidad.


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