¿Para qué sirve el coxis?

Saben a lo que me refiero. Ese hueso impar de pequeño tamaño que tenemos en el extremo inferior de la columna vertebral, y que está formado por cuatro o cinco piezas soldadas con forma de triángulo y que tanto nos duele cuando nos caemos. Sí ése.

Pues bien, esas vértebras fusionadas son todo lo que nos queda del rabo que la mayoría de los mamíferos aún emplean y que nosotros dejamos de necesitar, cuando nuestros antepasados empezaron a caminar erguidos.

Cuando con el logro de la bipedación y el hecho de pasar a vivir en tierra firme (en lugar de los árboles), la cola se fue haciendo cada vez menos necesaria y empezó a desaparecer.

Es un vestigio de la cola que los embriones humanos poseemos hasta comienzos de la octava semana. De modo que estamos hablando, nada más y nada menos, que de nuestra cola perdida.


Asociado a la pelvis, el cóccix es un punto de anclaje de músculos y ligamentos que soportan el suelo pelviano, vinculado a la micción. Además nos ayuda a la hora de amortiguar caídas, sentarnos y mantener el equilibrio, pero sin desempeñar un papel importante en estas funciones y con un inconveniente: el de ser muy susceptible a romperse en las caídas.

¿Entonces por qué lo tenemos?

Es una buena pregunta cuya respuesta viene de la mano de una correcta comprensión de la evolución. En el proceso evolutivo, todo lo que deja de ser útil deja de funcionar, pero no desaparece.

Por eso mantenemos en nuestro cuerpo, piezas vestigiales como el coxis, que permanecen minimizados, sin una función aparente. O, al menos, eso parece.

Nos ha de quedar claro que no existe un Diseño Inteligente de la creación, ni siquiera un diseño de la Evolución. Hablando en román paladino, la evolución es una chapuza que va dejando residuos.

De modo que lo que deja de tener una función no desaparece, sencillamente permanece mientras tenga un carácter neutro y no moleste. Es lo más económico para la naturaleza.

De hecho, aún hoy nacen algunos niños con unas vértebras de más, en recuerdo de aquel rudimento del pasado. Por suerte ya se pueden eliminar por cirugía y sin complicaciones quirúrgicas.

Tan sólo el hombre, entre todas las criaturas de la Tierra, puede modificarse. Únicamente él es arquitecto de su destino. Lo llaman libre albedrío.