Esta extraordinaria mujer vivió en Atenas durante el siglo IV antes de Cristo (300 a.C.). Unos tiempos en los que ellas estaban sometidas a ellos. Así, por ley.
Sus padres, sus hermanos, sus esposos e incluso sus propios hijos controlaban su vida. Como si no fueran personas de fiar. O sea. Auténticas ciudadanas de tercera.
Por eso mismo todo tipo de conocimientos les estaba vedado: las matemáticas, la física, la cosmología, la medicina, la filosofía. Un status aceptado por todas ellas. Bueno por la gran mayoría. Alguna que otra no estaba conforme con su suerte.
La prohibición que por ley, las atenienses tenían para la práctica de la medicina, no era compartida por Agnodice. Una brillante joven de la alta sociedad ateniense que deseaba ser ginecóloga.
Y ni corta ni perezosa, y apoyada por su padre, se cortó el cabello, y vestida de hombre, asistió a las clases del célebre médico Serófilo, en Alejandría. Quería especializarse en la, entonces, incipiente disciplina de la Ginecología. Y lo consiguió. Vaya que sí.
Obtuvo los mejores resultados en los exámenes y se hizo ginecóloga, perdón, ginecólogo. Nadie, durante todo ese tiempo, se percató de su condición femenina.
Al volver a Atenas ejerció su profesión, eso sí, disfrazada de hombre. Y lo hizo alcanzando un gran prestigio entre las mujeres de la aristocracia.
Lo que provocó los celos profesionales del resto de los médicos atenienses, que hicieron correr el rumor de que “es uno de los que seduce y corrompe a las esposas de los hombres”. Si la envidia fuera tiña.
Incluso fue acusada de violar a dos de sus pacientes. Ya me dirán ustedes.
En su defensa, Agnodice, decidió revelar su verdadera identidad, su condición de mujer. Lo que agravó aún más la situación. Ahora lo que violaba era la ley que prohibía a las mujeres ejercer la medicina. Y eso era peor, pues estaba penado con la muerte.
Una sentencia que, por suerte, no llegó a cumplirse, merced al movimiento que organizaron las mujeres atenienses. Prometieron matarse en el caso de que se cumpliera la ejecución.
A caballo entre el mito y la realidad, la vida de Agnodice nos muestra el deseo y la valentía de una mujer por la ciencia.
Una devoción que le hace saltar todas las reglas y correr todos los peligros, con tal de poder ayudar a sus semejantes. Una adelantada de su tiempo.
Agnodice, primera mujer médica y ginecóloga. No sé a ustedes, pero a mí me encantan estas historias. Por eso supongo que se las cuento.
Sus padres, sus hermanos, sus esposos e incluso sus propios hijos controlaban su vida. Como si no fueran personas de fiar. O sea. Auténticas ciudadanas de tercera.
Por eso mismo todo tipo de conocimientos les estaba vedado: las matemáticas, la física, la cosmología, la medicina, la filosofía. Un status aceptado por todas ellas. Bueno por la gran mayoría. Alguna que otra no estaba conforme con su suerte.
La prohibición que por ley, las atenienses tenían para la práctica de la medicina, no era compartida por Agnodice. Una brillante joven de la alta sociedad ateniense que deseaba ser ginecóloga.
Y ni corta ni perezosa, y apoyada por su padre, se cortó el cabello, y vestida de hombre, asistió a las clases del célebre médico Serófilo, en Alejandría. Quería especializarse en la, entonces, incipiente disciplina de la Ginecología. Y lo consiguió. Vaya que sí.
Obtuvo los mejores resultados en los exámenes y se hizo ginecóloga, perdón, ginecólogo. Nadie, durante todo ese tiempo, se percató de su condición femenina.
Al volver a Atenas ejerció su profesión, eso sí, disfrazada de hombre. Y lo hizo alcanzando un gran prestigio entre las mujeres de la aristocracia.
Lo que provocó los celos profesionales del resto de los médicos atenienses, que hicieron correr el rumor de que “es uno de los que seduce y corrompe a las esposas de los hombres”. Si la envidia fuera tiña.
Incluso fue acusada de violar a dos de sus pacientes. Ya me dirán ustedes.
En su defensa, Agnodice, decidió revelar su verdadera identidad, su condición de mujer. Lo que agravó aún más la situación. Ahora lo que violaba era la ley que prohibía a las mujeres ejercer la medicina. Y eso era peor, pues estaba penado con la muerte.
Una sentencia que, por suerte, no llegó a cumplirse, merced al movimiento que organizaron las mujeres atenienses. Prometieron matarse en el caso de que se cumpliera la ejecución.
Comadrona de Atenas
Fruto de esta presión social femenina los magistrados, no sólo absolvieron a Agnodice, sino que le permitieron continuar con el ejercicio de la medicina, vestida y peinada como quisiera. Es más, al año siguiente, el Consejo Ateniense modificó la ley y autorizó a las mujeres a estudiar dicha carrera. Eso sí, sólo podrían tratar a mujeres. Algo es algo y, por supuesto, más que nada.A caballo entre el mito y la realidad, la vida de Agnodice nos muestra el deseo y la valentía de una mujer por la ciencia.
Una devoción que le hace saltar todas las reglas y correr todos los peligros, con tal de poder ayudar a sus semejantes. Una adelantada de su tiempo.
Agnodice, primera mujer médica y ginecóloga. No sé a ustedes, pero a mí me encantan estas historias. Por eso supongo que se las cuento.
6 comentarios :
Me ha encantado conocer la historia de Agnodice. Gracias por las entradas dedicadas a las mujeres científicas.
Mayte
Sin duda, una historia apasionante y digna de ser conocida por todos. Muchísimas gracias.
Ami me parece genial por que yo kiero ser forense y si no no podria
esta historia viene en ellibro y me encanta
en el libro de historia y esta historia es la mejor
¡esta historia es super molona!me encanta yo kiero ser cirugano plásticoo osea esk soy maricon+
Publicar un comentario