domingo, 4 de julio de 2010

Royal Society (I)

Ya ha aparecido en esta tribuna bloguera y por más de un motivo.

En esta ocasión lo hace por mero oportunismo conmemorativo.

Fundada en 1660, en este año del Señor de 2010, cumple sus primeros trescientos cincuenta (350) años de vida.

La Royal Society, cuyo nombre completo y en español es Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural, es la más antigua sociedad científica del Reino Unido. Una de las más antiguas de Europa. Y pasa por ser la más prestigiosa del mundo.

Tanto que, en el Reino Unido, hace de Academia Nacional de Ciencias y es, además, miembro del Consejo Científico Británico formado en 2000.

Todo un reconocimiento a su prestigio, máxime si tenemos en cuenta que la Royal Society es una institución privada e independiente. Con lo que eso implica.

Pero vayamos con orden, ¿cuáles fueron sus comienzos?

En busca de unos orígenes
Se podría decir que todo empezó en una brumosa tarde de noviembre de 1660, cuando una docena de filósofos, seguidores de Sir Francis Bacon, se reunieron para escuchar, en un principio, la conferencia de un joven astrónomo.

Por lo que se ve, la cosa ésta de reunirse, fue derivando hasta convertirse en un club de científicos interesados en todas las ramas de la ciencia experimental.

Lo que no debe sorprendernos si consideramos que Bacon, como filósofo, proponía que el conocimiento sólo se podía alcanzar mediante ensayos y errores. O sea que.

Eran filósofos naturales. Científicos de lo que por aquel entonces se denominaba "Nueva Filosofía" o "Filosofía Experimental".

Desde el primer momento, en esta sociedad, los experimentos tuvieron gran importancia y en ellos se empleaba gran parte del tiempo que duraban las reuniones.

Tenían claro que a la verdad se llega equivocándose en la dirección correcta.

De hecho nombraron un “Comisario de Experimentos”, el primero de los cuales fue un viejo conocido del blog, el polémico Robert Hooke.

Eligieron hasta un lema que, por cierto, le viene que ni al pelo: “Nullius in verba” (No dar nada por sentado).

Es toda una declaración de intenciones, en lo que se refiere a su línea de actuación.

Hace una clara referencia a la necesidad inexcusable de obtener pruebas empíricas, para el avance del conocimiento.

Un claro rechazo al "principio de autoridad", usado por los escolásticos.

La máxima latina procede de un frase de Horacio (Epístolas, I, 14): "Nullius addictus jurare in verba magistri" (No me siento obligado a jurar por las palabras de maestro alguno).

Y paradójicamente, la máxima fue lo último que escribieron en latín. Puesto que desterraron esta lengua como forma oficial de expresión del saber.

Desde entonces ese lugar lo ocupa el inglés. Un lenguaje llano y sencillo.

Un club de genios
Desde entonces la institución no ha dejado de crecer. La nómina de sus afiliados constituye el “quién es quien” de todos los ámbitos de la ciencia en los últimos 350 años.

Y resulta abrumadora: Newton, Hooke, Darwin, Halley, Franklin, Davy, Fleming, Wallis, Volta, Huygens, Locke, Rutherford, Faraday, Watt, Maxwell, Hawking y un largo, largo, etcétera.

Hoy día, de los 1400 miembros que la constituyen, 74 son Premios Nobel.

Lo que se dice un club de genios. (Continuará)

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