domingo, 30 de enero de 2011

La leyenda de la Catedral de Pisa (I)

No son pocas las leyendas que circulan en el mundo científico, alrededor de la figura del científico pisano Galileo Galilei (1564-1643), universalmente conocido y reconocido sólo por su nombre de pila, Galileo.
Historias relacionadas con su controvertida persona y, sobre todo, con sus experimentos científicos. Algunas de ellas son ciertas pero, otras muchas, son falsas.
Lo cual tiene su importancia pues dichos experimentos, que él mismo describe y confiesa haber realizado, hoy en día se consideran la piedra fundacional de la Ciencia Moderna.
Supuestamente son las pruebas empíricas con las que Galileo hizo callar a los científicos aristotélicos. Y aunque es cierto que tenía razón en sus afirmaciones, no lo es menos que la verdad científica galileana no pudo provenir nunca de dichos experimentos.
La razón de esta imposibilidad de la que les hablo es bien sencilla. Dichos experimentos, o no se realizaron jamás, o si se realizaron, nunca pudieron dar los resultados que Galileo afirmó haber obtenido y que le permitieron haber deducido las leyes que hoy conocemos.
Quizás, de estos experimentos que nuestro físico renacentista nunca realizó, pero la historia le atribuye, el primero sea el de la Catedral de Pisa.
Su supuesto protagonista un joven Galileo, de tan solo diecisiete (17) años y novato estudiante de Medicina en la Universidad de Pisa.
Lo que cuentan que ocurrió en la Catedral
Cuentan que tuvo lugar cierto día de 1581, mientras nuestro joven aspirante a médico escuchaba misa. Hasta aquí hay uniformidad en las diferentes versiones conocidas.
Donde empieza a haber discrepancias es a la hora de definir su estado anímico. Para unos, Galileo estaba más bien aburrido y, para otros, lo que estaba era algo pensativo.
También hay diferencias acerca del objeto que llamó su atención, sacándole del aburrimiento o del ensimismamiento.
Según afirman algunos, fueron las grandes lámparas que oscilaban en el techo, movidas por las corrientes de aire. Sin embargo otros aseguran que fue un gran candelabro colgante, que un sacristán había cogido para encenderlo y que, al soltarlo, empezó a balancearse de un lado para otro.
En cualquier caso, ni la naturaleza del objeto en movimiento, ni el estado anímico del observador hacen al caso. Lo fundamental es lo que pasó por su mente ante dicha observación.
En principio algo nada llamativo, ya que está a la vista de todos. Cuando las oscilaciones que realizaba eran grandes, el movimiento del cuerpo era rápido
Y cuando el arco que describía era más pequeño, su movimiento era más lento. Bueno, pues normal.  

Lo que dicen que pensó Galileo
Sin embargo Galileo se fijó en un detalle que, hasta ese momento, para todo el mundo había pasado desapercibido. (Continuará)