En 1930 el científico ruso Konstantin E. Tsiolkovski (1857-1935) dijo: “La Tierra es la cuna del hombre, pero el hombre no puede vivir toda su vida en la cuna”. Se trataba de una predicción en toda regla, de lo que vendría unos pocos años después. La puesta del hombre en el espacio.
Les traigo esta cita a colación porque como es seguro sabrán, la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio) acaba de cumplir, el pasado 1 de octubre, su primer medio siglo de existencia. Y con ella uno de los proyectos más ambiciosos emprendidos por el hombre.
La NASA es una de las organizaciones que gozan de más fama, prestigio y popularidad en todo el mundo. Todas adquiridas gracias a las importantes aportaciones tecnológicas y científicas de sus misiones y lanzamientos espaciales. Unos logros que han tenido posteriores repercusiones en el progreso de la humanidad, en nuestra vida cotidiana del día a día y en todos los sentidos.
Pero en este progreso no todo han sido avances. Por desgracia, en estas cinco décadas, también se han producido frustrantes decepciones, alguna que otra situación límite, sonados fracasos y desgraciados accidentes. De todo, como en la viña del Señor.
Impulsada por el presidente D. Eisenhower, con ella se intentaba contrarrestar los iniciales éxitos espaciales de la URSS. Recordarán los renombrados lanzamientos de los satélites Sputnik 1 (4 de octubre de 1957) y Sputnik 2, con la perrita Laika a bordo (3 de noviembre). Contra lo esperado, el éxito estadounidense tuvo que esperar. No llegó hasta el 21 de julio de 1969, cuando el hombre puso por primera vez sus pies en la Luna, a bordo de una Apolo.
Sin la menor duda, una de las grandes proezas de la humanidad de todos los tiempos, que vino acompañada de otras seis misiones en el satélite terrestre, la última la del Apolo 17 en 1972. Con ella, hasta doce estadounidenses han pisado suelo lunar. Lo que es extraordinario.
Pero como sabemos, desgraciadamente, estas alegrías han tenido que convivir con otros momentos, éstos críticos, de la historia de la NASA. Me refiero a la explosión del Challenger tras su despegue el 28 de enero de 1996 y a la desintegración del Columbia, en su entrada a la atmósfera terrestre en febrero de 2003 (Continuará).
Les traigo esta cita a colación porque como es seguro sabrán, la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio) acaba de cumplir, el pasado 1 de octubre, su primer medio siglo de existencia. Y con ella uno de los proyectos más ambiciosos emprendidos por el hombre.
La NASA es una de las organizaciones que gozan de más fama, prestigio y popularidad en todo el mundo. Todas adquiridas gracias a las importantes aportaciones tecnológicas y científicas de sus misiones y lanzamientos espaciales. Unos logros que han tenido posteriores repercusiones en el progreso de la humanidad, en nuestra vida cotidiana del día a día y en todos los sentidos.
Pero en este progreso no todo han sido avances. Por desgracia, en estas cinco décadas, también se han producido frustrantes decepciones, alguna que otra situación límite, sonados fracasos y desgraciados accidentes. De todo, como en la viña del Señor.
Impulsada por el presidente D. Eisenhower, con ella se intentaba contrarrestar los iniciales éxitos espaciales de la URSS. Recordarán los renombrados lanzamientos de los satélites Sputnik 1 (4 de octubre de 1957) y Sputnik 2, con la perrita Laika a bordo (3 de noviembre). Contra lo esperado, el éxito estadounidense tuvo que esperar. No llegó hasta el 21 de julio de 1969, cuando el hombre puso por primera vez sus pies en la Luna, a bordo de una Apolo.
Sin la menor duda, una de las grandes proezas de la humanidad de todos los tiempos, que vino acompañada de otras seis misiones en el satélite terrestre, la última la del Apolo 17 en 1972. Con ella, hasta doce estadounidenses han pisado suelo lunar. Lo que es extraordinario.
Pero como sabemos, desgraciadamente, estas alegrías han tenido que convivir con otros momentos, éstos críticos, de la historia de la NASA. Me refiero a la explosión del Challenger tras su despegue el 28 de enero de 1996 y a la desintegración del Columbia, en su entrada a la atmósfera terrestre en febrero de 2003 (Continuará).
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